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PRESENTACIÓN 1

Incursiones_queer_FINAL

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106 INCURSIONES QUEER EN LA ESFERA PÚBLICA<br />

obispos escribieron en una carta pastoral en 1890, reconociendo que<br />

la secularización podía en realidad dar a la iglesia una autonomía<br />

sin precedentes, “la separación no significa hostilidad o no reconocimiento,<br />

simplemente independencia” (M. M. Alves 1979: 33).<br />

Y esta predicción de una mayor autonomía por los obispos no<br />

estaba del todo equivocada. La inscripción de la iglesia en la esfera<br />

privada socavó los términos de su subordinación al Estado, a la<br />

vez que permitió un mayor acercamiento con Roma. El número de<br />

diócesis en el país, por ejemplo, creció de apenas 12 en 1891, a<br />

30 en 1910 y 58 en 1920 (Bruneau 1981). Por lo tanto, se convirtió<br />

en una iglesia mucho más influyente —gracias, paradójicamente, al<br />

fortalecimiento del laicismo— que renegoció su participación en la<br />

vida pública durante el régimen populista conservador de Getulio<br />

Vargas (1930-45). Como señala el historiador Márcio Moreira Alves<br />

(1979), la referencia en el preámbulo a la Constitución de 1934 que<br />

la enmarca “bajo la protección de Dios”, en cierto sentido marcó<br />

el final de la influencia positivista en la materia. Entre las medidas<br />

también incorporadas en ese documento destacaban el reconocimiento<br />

civil del matrimonio religioso, la autorización para ofrecer<br />

asesoría espiritual a los miembros de las fuerzas militares e instrucción<br />

religiosa en las escuelas públicas, la prohibición del divorcio e<br />

incluso el financiamiento estatal de instituciones religiosas cuando<br />

sean de “interés colectivo (es decir, público)”. Excepto el divorcio,<br />

legalizado en 1977, las constituciones de 1946, 1967 y la de 1988,<br />

actualmente en vigor, reafirmaron estas concesiones.<br />

El contraste con el proceso de secularización en México no<br />

podía ser mayor. Gran parte del siglo xix y principios del xx se<br />

caracterizaron por una lucha enconada en torno a la separación de<br />

iglesia y Estado, lo que reflejaba el relativamente mayor peso económico<br />

y político de la institución eclesiástica y un liberalismo más<br />

radical en el México decimonónico. Aunque las reformas borbónicas<br />

habían reducido algunos de sus privilegios, la iglesia surgió como la<br />

institución más fuerte del país tras la guerra de independencia, lo<br />

que se expresa más claramente por su posición como propietaria y<br />

acreedora (Costeloe 1978; Sinkin 1979). De acuerdo con las cifras,<br />

probablemente exageradas, del ministro de Finanzas Miguel Lerdo de<br />

Tejada, de ideología liberal, la iglesia poseía 21% del valor agregado<br />

total de la propiedad en el país en 1857 (Sinkin 1979).

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