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epistemológico y político, cuestión que por otro lado precipitó o dejó el espacio abierto para el giro<br />
mediocéntrico de carácter funcionalista.<br />
Sin mayor comprensión hacia el tipo de racionalidad que sustenta el sistema socio-cultural esta<br />
episteme positivista de cuño neofuncionalista, sacándose de encima cualquier sesgo “ensayístico” se<br />
impondrá hasta hoy también en los estudios universitarios, estos últimos muy exigidos por las<br />
compulsiones de la institucionalización, la disciplina y la publicación en revistas “indexadas”. Dentro<br />
de unas matrices o de unas metodologías que se conciben como unas “competencias” que más vale<br />
dominar, estos estudios suelen no tener un interés mayor respecto de las tradiciones culturales de esta<br />
parte del mundo, toda vez que estas tradiciones pueden ser un impedimento o un obstáculo para la<br />
integración de América Latina a los mercados académicos globales (es decir, anglosajones). Ellos están<br />
básicamente pendientes de cómo delinean las variables intervinientes en sus objetos de investigación,<br />
en el establecimiento de métodos usualmente extraídos de la cantera sociológica, como también en una<br />
redacción “clara”, sin rodeos ni figuras literarias que arrojen sombras sobre el carácter “científico” de<br />
la investigación. En unos espacios que privilegian el “método” por sobre el “motivo, no es casual<br />
entonces que esa criticidad nueva que supuso la relación entre comunicación y cultura pierda esa<br />
capacidad de convocatoria, de intervención o de revisión de la separación clásica entre “sujeto” y<br />
objeto” del conocimiento que constituyó una de las facetas de los Estudios Culturales.<br />
La paradoja del periodo de instalación de la comunicación en las instituciones universitarias es que la<br />
perspectiva crítica pareció más extendida que nunca, a la vez que menos punzante. Durante la última<br />
década conviven en la academia preocupaciones redivivas por la relación entre cultura y comunicación<br />
con retornados intereses por los medios y las tecnologías; se acude a literatura sociológica e histórica<br />
junto a revisitaciones a los autores de la teoría de los efectos; se consolidan los métodos discursivos,<br />
pero mixturados con enfoques cuantitativos; en definitiva, conviven sin diferenciación las dos<br />
concepciones de comunicación antes descritas. El rasgo más importante del periodo, sin embargo, es su<br />
ingente producción: desde 2002 se publica casi el doble de artículos que en el lustro anterior y casi<br />
cuatro veces más que a comienzos de los noventa. Esta enorme producción es también más uniforme, y<br />
los formatos, estilos y parámetros de la investigación se homogenizan. Escribimos más, pero de manera<br />
menos variada. Tal uniformidad parece explicarse por la homogenización de los modos textuales (con<br />
la consolidación del “ensayo académico”, que es esencialmente una mini-tesis de siete mil palabras) y<br />
de las formaciones disciplinarias (la mitad de los autores del campo provienen de programas de<br />
postgrado en comunicación e información). El carácter del campo de estudios académico, ecléctico a la<br />
vez que uniforme, se expresa en su falta de orientación política: los estudios apuntan por partes iguales<br />
a intervenir en la contingencia o a mirar con distancia histórica, y la mitad de los textos no tiene una<br />
clara vocación local, nacional o latinoamericana. Las líneas editoriales de los números monográficos se<br />
fragmentan y pierden organicidad.<br />
La percepción de este conjunto es que las perspectivas críticas no desaparecen pero pierden fuerza:<br />
compelidas por las agendas institucionales y las políticas universitarias, pierden autonomía en la<br />
definición de sus objetos y formulación de sus tesis; sometidas a una relación problema-marco teóricométodo<br />
demasiado estructurada y escolar, las investigaciones simplifican las discusiones teóricas y las<br />
complejidades conceptuales a versiones posibles de categorizar de manera positiva.<br />
Así las cosas, Chasqui parece estar más interesada en analizar unos lenguajes o tecnologías<br />
(videoanimación, televisión por cable, cultura digital, etc.) que tienen como marco las transformaciones<br />
de la mundialización pero que ya no logran, como antes, articularse desde una “visión de mundo” o<br />
desde una matriz de comprensión reconocible capaz de exhibir ciertas “distancias” o unos más nítidos<br />
“lugares de enunciación”. En Diá-logos de la comunicación, junto a una cierta retirada de los temas<br />
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