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acuerdo a su visón- y así, cotidianizarlo como parte de una “realidad” determinada (Mosquera, 2007;<br />

Browne, 2006; Gomis, 1991) y legitimarlo como una verdad absoluta (Browne y Romero, 2010).<br />

Repercutiendo en la consciencia colectiva, lo que genera una estabilidad social base para un desarrollo<br />

acorde a lo que el grupo hegemónico busque (Mayorga y León, 2007). Y es que “no hace mucho<br />

tiempo que para adueñarse del poder político en un país era suficiente controlar el ejército y la policía.<br />

(…) Hoy, un país pertenece a quien controla los medios de comunicación” (Eco, 1986: 181).<br />

Bernard Cohen (1963:13) señala que "puede ser que la prensa no tenga mucho éxito en indicar a la<br />

gente qué pensar, pero tiene un éxito sorprendente a la hora de decir a sus lectores sobre qué pensar”.<br />

Es por ello que los mensajes insertos en el discurso van circulando por diversas esferas sociales y de<br />

poder, incidiendo así, en la formación de las opiniones públicas y en la expansión de la información<br />

(D’Adamo et al., 2000). Con lo anterior, se fomenta la aparición de estereotipos, prejuicios y actitudes<br />

discriminatorias hacia el “Otro”, ajenos a “Nuestro” Estado-nación; legitimando este tipo de discursos<br />

en el imaginario social de los receptores, pretendiendo priorizar ciertas informaciones, y otorgar un<br />

orden de relevancia en el acontecer de la propia vida social.<br />

Diferencias y separaciones: prejuicios y estereotipos<br />

En la relación entre Bolivia y Chile, los discursos nacionalistas que la prensa exhibe tienden a la<br />

reproducción y legitimación de la ideología de las elites políticas, socioeconómicas y culturales (van<br />

Dijk, 1997), que por medio de discursos periodísticos promueven su pensar sobre lo que quieren<br />

delimitar –y admitir- como “realidad” (Rodrigo, 1989), siendo establecidas a través de estrategias<br />

simbólicas en un espacio validado –como los periódicos tradicionales y legitimados de cada país- por la<br />

misma sociedad, donde el medio de comunicación es el validador de conocimientos y creencias,<br />

actitudes y opiniones, pero también de prejuicios y estereotipos (van Dijk, 1997) representada en la<br />

separación mental del “Nosotros y Ellos”.<br />

De acuerdo a las divisiones dadas, se establece un escenario polarizado, donde el “Nosotros” operará<br />

conforme a una autorepresentación positiva, a diferencia de “Ellos”, cuyo accionar se anclará a lo<br />

negativo, lo erróneo o lo provocador (Ibídem), vistos mayoritariamente en prejuicios y estereotipos<br />

sobre el “otro”. De esta forma, los prejuicios son orientaciones socialmente compartidas, provenientes<br />

de un procedimiento sesgado de interpretación (Allport et al., citado por Cárdenas et al., 2011),<br />

resistentes al cambio y poco permeables a la información nueva o contraria. Los estereotipos también<br />

dependen del contexto y varían dentro de un mismo sujeto, y suelen ser formas de encasillamiento y<br />

tipificación que tienen su origen en la relación entre individuo y otredad. Ambas orientaciones<br />

descritas, reflejan las realidades y las relaciones pertinentes al contexto histórico boliviano-chileno, las<br />

cuales han sido legitimadas por los medios de comunicación en el tiempo.<br />

Dentro de la historia entre Bolivia y Chile, se puede notar que, tras 131 años terminado el conflicto, la<br />

relación binacional ha seguido en tensión constante por los innumerables hitos que van marcando su<br />

historia, siendo uno de los últimos y más relevante, lo pasado el 23 de marzo de 2013, donde el<br />

Presidente boliviano, Evo Morales, realizó una demanda a nombre de su país, ante la Corte<br />

Internacional de Justicia de La Haya, con la finalidad de exigir a Chile un acceso soberano al mar del<br />

que fueran despojado a raíz de la Guerra del Pacífico. Desde ese acontecimiento, las rencillas y<br />

tensiones vuelven a aflorar, donde por medio de la prensa buscan exacerbar los nacionalismos y<br />

representaciones de los imaginarios, respecto al “Ellos” y “Nosotros”; contribuyendo así a que la<br />

tensión histórica se mantenga.<br />

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