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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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que otros por lo que representaban, pero todos iguales en su<br />

lancinante inutilidad. Para que el marido pudiese verlos, Marta había<br />

retirado los paños mojados que los envolvían, pero casi se arrepentía<br />

de haberlo hecho, era como si aquellos obtusos monigotes no<br />

mereciesen el trabajo que habían dado, aquel repetido hacer y<br />

deshacer, aquel querer y no poder, aquel experimentar y enmendar,<br />

no es verdad que sólo las grandes obras de arte sean paridas con<br />

sufrimiento y duda, también un simple cuerpo y unos simples<br />

miembros de arcilla son capaces de resistir a entregarse a los dedos<br />

que los modelan, a los ojos que los interrogan, a la voluntad que los<br />

requiere. En otra ocasión pediría que me dieran vacaciones, podría<br />

ayudar en algo, dijo Marcial. A pesar de aparentemente completa en<br />

su formulación, la frase contenía prolongaciones problemáticas que no<br />

necesitaron de enunciado para que Cipriano Algor las percibiera. Lo<br />

que Marcial había querido decir, y que, sin haberlo dicho, acabó<br />

diciendo, era que, estando a la espera de un ascenso más o menos<br />

previsible al escalón de guarda residente, sus superiores no se<br />

quedarían satisfechos si se ausentase con vacaciones precisamente a<br />

estas alturas, como si la noticia pública de su ascenso en la carrera no<br />

pasara de episodio banal, de ordinaria importancia. Esta prolongación,<br />

sin embargo, era obvia y ciertamente la menos problemática de<br />

cuantas otras más hubiese. <strong>La</strong> cuestión esencial, involuntariamente<br />

subyacente tras las palabras dichas por Marcial, seguía siendo la<br />

preocupación por el futuro de la alfarería, por el trabajo que se hacía y<br />

por las personas que lo ejecutaban y que, mejor o peor, de él habían<br />

vivido hasta ahora. Aquellos seis muñecos eran como seis irónicos e<br />

insistentes puntos de interrogación, cada uno queriendo saber de<br />

Cipriano Algor si era tan confiado que pensaba disponer, y por cuánto<br />

tiempo, querido señor, de las fuerzas necesarias para gobernar solo la<br />

alfarería cuando la hija y el yerno se vayan a vivir al Centro, si era tan<br />

ingenuo hasta el punto de considerar que podría atender con<br />

satisfactoria regularidad los encargos siguientes, en el caso<br />

providencial de que fueran hechos, y, en fin, si era suficientemente<br />

estúpido para imaginar que de aquí en adelante sus relaciones con el<br />

Centro y el jefe del departamento de compras, tanto las comerciales<br />

como las personales, serían un continuo y perenne mar de rosas, o,<br />

como con incómoda precisión y amargo escepticismo preguntaba el<br />

esquimal, Crees tú que me van a querer siempre. Fue en ese momento<br />

cuando el recuerdo de Isaura Madruga pasó por la mente de Cipriano<br />

Algor, pensó en ella ayudándolo como empleada en el trabajo de la<br />

alfarería, acompañándolo al Centro sentada a su lado en la furgo<strong>net</strong>a,<br />

pensó en ella en diversas y cada vez más íntimas y apaciguadoras<br />

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