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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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conocer bien al marido que le tocó en el juego de poner y quitar a que<br />

casi siempre se reduce la vida conyugal, le dedica todo su afecto de<br />

esposa, incluso no se mostraría reluctante, suponiendo que el interés<br />

del relato exigiera profundizar en su intimidad, a hacer uso de una<br />

extrema vehemencia al respondernos que lo ama, pero no es persona<br />

para engañarse a sí misma, así que es más que probable, si<br />

llevásemos tan lejos la insistencia, que acabara confesando que a<br />

veces él le parece demasiado prudente, por no decir calculador,<br />

suponiendo que a área tan negativa de la personalidad osáramos<br />

dirigir la indagación. Tenía la certeza de que el marido se retiró<br />

contrariado de la conversación, de que le estaría ya inquietando la<br />

perspectiva de un encuentro con el jefe del departamento de compras,<br />

y no por timidez o modestia de inferior, verdaderamente Marcial Gacho<br />

siempre ha tenido a gala proclamar que le disgusta llamar la atención<br />

cuando no se trata de asuntos de trabajo, sobre todo, añadirá quien<br />

piense conocerlo, si se da la circunstancia de que esos asuntos no le<br />

aportan beneficio. Finalmente, la tal buena idea que Marta creyó tener<br />

sólo pareció buena porque, en aquel momento, como dijo el padre, era<br />

la única posible. Cipriano Algor estaba en la cocina, no pudo oír los<br />

fragmentos del discurso, sueltos e inconexos, emitidos por el yerno,<br />

pero fue como si los hubiese leído todos, y rellenado los vacíos, en el<br />

rostro abatido de la hija, cuando, un largo minuto después, ella salió<br />

del cuarto. Y como no merece la pena cansar la lengua por tan poco, ni<br />

siquiera perdió tiempo preguntándole Entonces, fue ella quien le<br />

comunicó lo obvio, Hablará con el jefe del departamento, que tampoco<br />

para decir esto necesitaba Marta cansarse, dos miradas bastarían. <strong>La</strong><br />

vida es así, está llena de palabras que no valen la pena, o que valieron<br />

y ya no valen, cada una de las que vamos diciendo le quitará el lugar a<br />

otra más merecedora, que lo sería no tanto por sí misma, sino por las<br />

consecuencias de haberla dicho. <strong>La</strong> cena transcurrió en silencio,<br />

silenciosas fueron las dos horas pasadas después ante la televisión<br />

indiferente, en un determinado momento, como viene sucediendo con<br />

frecuencia en los últimos meses, Cipriano Algor se durmió. Tenía el<br />

entrecejo fruncido con una expresión de enfado, como si, al mismo<br />

tiempo que dormía, estuviese recriminándose por haber cedido tan<br />

fácilmente al sueño, cuando lo justo y equitativo sería que la irritación<br />

y el disgusto lo mantuvieran despierto de noche y de día, el disgusto<br />

para que sufriese plenamente la injuria, la irritación para hacerle<br />

soportable el sufrimiento. Expuesto así, desarmado, con la cabeza<br />

caída hacia atrás, la boca medio abierta, perdido de sí mismo,<br />

presentaba la imagen lacerante de un abandono sin salvación, como<br />

un saco roto que dejara escapar por el camino lo que llevaba dentro.<br />

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