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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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podrá permanecer en secreto toda la vida, Marcial me ha dicho que<br />

nos lo contaría todo cuando volviera del turno, Muy bien, pero a mí<br />

una descripción no me basta, quiero ver con mis propios ojos, Siendo<br />

así, vaya, vaya, y no me atormente más, dijo Marta, ya llorando. El<br />

padre se aproximó a ella, le pasó un brazo por los hombros, la abrazó,<br />

Por favor, no llores, dijo, lo malo de todo esto, sabes, es que ya no<br />

somos los mismos desde que nos mudamos aquí. Le dio un beso,<br />

después salió cerrando la puerta con cuidado. Marta fue a buscar una<br />

manta y un libro, se sentó en uno de los sillones de la sala, se cubrió<br />

las rodillas. No sabía cuánto tiempo iba a durar la espera.<br />

El plan de Cipriano Algor no podía ser más simple. Se trataba de bajar<br />

en un montacargas hasta el piso cero -cinco y a partir de ahí<br />

entregarse a la suerte y a la casualidad. Con muchas menos armas se<br />

han ganado batallas, pensó. Y con muchas más se han perdido, añadió<br />

por escrúpulo de imparcialidad. Había observado que los montacargas,<br />

probablemente por el hecho de que se destinaban casi exclusivamente<br />

para el transporte de materiales, no estaban provistos de cámara de<br />

vídeo, por lo menos que se vieran, y si alguna hubiese, de ésas<br />

minúsculas y camufladas, lo más seguro sería que la atención de los<br />

vigilantes de la central se encontrara fijada en los accesos exteriores y<br />

en los pisos comerciales y de atracciones. De estar equivocado no<br />

tardaría en saberlo. En primer lugar, suponiendo que los pisos de<br />

viviendas sobre el nivel del suelo formaran un bloque con los diez pisos<br />

subterráneos, le convenía usar el montacargas más cercano a la<br />

fachada interior para no tener que perder tiempo buscando un camino<br />

entre los mil contenedores de todo tipo y tamaño que imaginaba<br />

guardados en los sótanos, en particular en el tal piso cero-cinco que le<br />

interesaba. No se quedó demasiado sorprendido cuando se encontró<br />

con un espacio amplio, abierto, despejado de mercancías, que<br />

obviamente se destinaba a facilitar el acceso al lugar de la excavación.<br />

Un paño de pared maestra, entre dos pilares, había sido demolido, por<br />

allí se entraba. Cipriano Algor miró el reloj, eran las dos y cuarenta y<br />

cinco minutos, pese a ser reducida, la iluminación permanente del piso<br />

subterráneo no dejaba distinguir si alguna luz en el interior de la<br />

excavación amortiguaba la negritud de la bocacha que lo iba a engullir.<br />

Debería haber traído una linterna, pensó. Entonces recordó que un día<br />

había leído que la mejor manera de acceder a un lugar a oscuras, si se<br />

quiere ver inmediatamente lo de dentro, es cerrar los ojos antes de<br />

entrar y abrirlos después. Sí, pensó, es eso lo que tengo que hacer,<br />

cierro los ojos y me caigo por ahí abajo, hasta el centro de la tierra. No<br />

se cayó. Casi a ras de suelo, a su izquierda, había una luminosidad<br />

tenue que no tardó en concretarse, pasos andados, en una hilera de<br />

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