Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net
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abuelito chacal de Encontrado ni siquiera se tomaría la molestia de oler<br />
los muñecos, pasaría de largo y seguiría su camino a la búsqueda de<br />
algo que realmente pudiera ser comido, Bueno, sólo te pido que<br />
pienses en lo que sucederá si el perro se sube a las tablas, la cantidad<br />
de trabajo que vamos a perder, Será mucho, será poco, ya veremos,<br />
pero, si eso ocurre, me comprometo a rehacer las figuras que se<br />
estraguen, tal vez sea ésa la manera de convencerlo para que me deje<br />
ayudarle, De eso no vamos a hablar ahora, vete ya a tu experiencia<br />
pedagógica. Marta salió de la alfarería y, sin decir una palabra, soltó la<br />
correa del collar. Luego, tras dar unos pasos hacia la casa, se paró<br />
como distraída. El perro la miró y se tumbó. Marta avanzó algunos<br />
pasos más, se detuvo otra vez, y a continuación, decidida, entró en la<br />
cocina, dejando la puerta abierta. El perro no se movió. Marta cerró la<br />
puerta. El perro esperó un poco, después se levantó y, despacio, se<br />
fue aproximando a las tablas. Marta no abrió la puerta. El perro miró<br />
hacia la casa, dudó, volvió a mirar, después asentó las patas en el<br />
borde de la tabla donde estaban secándose los asirios de barbas. Marta<br />
abrió la puerta y salió. El perro bajó rápidamente las patas y se quedó<br />
parado en el mismo sitio, a la espera. No había motivos para huir, no<br />
le acusaba la conciencia de haber hecho mal alguno. Marta lo agarró<br />
por el collar y, nuevamente sin pronunciar palabra, lo prendió a la<br />
correa. Después volvió a entrar en la cocina y cerró la puerta. Su<br />
apuesta era que el can se hubiese quedado pensando en lo sucedido,<br />
pensando, o lo que él suela hacer en una situación como ésta. Pasados<br />
dos minutos lo liberó otra vez de la correa, convenía no darle tiempo al<br />
animal de olvidar, la relación entre la causa y el efecto tenía que<br />
instalarse en su memoria. El perro empleó más tiempo en poner las<br />
patas sobre la tabla, pero por fin se decidió, se diría que con menos<br />
convicción que la de antes. En seguida estaba nuevamente atado. A<br />
partir de la cuarta vez comenzó a dar señales de comprender lo que se<br />
pretendía de él, pero continuaba subiendo las patas a la tabla, como<br />
para acabar de tener la certeza de que no las debería poner allí.<br />
Durante todo este atar y desatar, Marta no había proferido una sola<br />
palabra, entraba y salía de la cocina, cerraba y abría la puerta, a cada<br />
movimiento del perro, el mismo siempre, respondía con su propio<br />
movimiento, siempre el mismo, en una cadena de acciones sucesivas y<br />
recíprocas que sólo acabaría cuando uno de ellos, merced a un<br />
movimiento distinto, rompiese la secuencia. A la octava vez que Marta<br />
cerró tras de sí la puerta de la cocina, Encontrado avanzó de nuevo<br />
hacia las tablas, pero, llegado allí, no levantó las patas simulando que<br />
quería alcanzar los asirios de barbas, se puso a mirar hacia la casa,<br />
inmóvil, a la espera, como si estuviese desafiando a la dueña a ser<br />
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