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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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que Cipriano Algor ha estacionado la furgo<strong>net</strong>a en este lugar y<br />

comenzamos a ponderar alguno de los números que especifican el<br />

volumen del Centro, digamos que el ancho de las fachadas menores es<br />

de cerca de ciento cincuenta metros, y el de las mayores un poco más<br />

de trescientos cincuenta, no teniendo en cuenta, claro está, la<br />

ampliación mencionada con pormenor al comienzo de este relato.<br />

Adelantando ahora un poco más los cálculos y tomando como media<br />

una altura de tres metros por cada uno de los pisos, incluyendo la<br />

espesura del pavimento que los separa, encontraremos, considerando<br />

también los diez pisos subterráneos, una altura total de ciento setenta<br />

y cuatro metros. Si multiplicamos este número por los ciento cincuenta<br />

metros de ancho y por los trescientos cincuenta metros de largo,<br />

observaremos como resultado, salvo error, omisión o confusión, un<br />

volumen de nueve millones ciento treinta y cinco mil metros cúbicos,<br />

palmo más palmo menos, punto más coma menos. El Centro, no hay<br />

una sola persona que no lo reconozca con asombro, es realmente<br />

grande. Y es ahí, dijo Cipriano Algor entre dientes, donde mi querido<br />

yerno quiere que yo vaya a vivir, detrás de una de esas ventanas que<br />

no se pueden abrir, dicen ellos que es para no alterar la estabilidad<br />

térmica del aire acondicionado, pero la verdad es otra, las personas<br />

pueden suicidarse, si quieren, pero no tirándose desde cien metros de<br />

altura a la calle, es una desesperación demasiado manifiesta y<br />

estimula la curiosidad morbosa de los transeúntes, que en seguida<br />

quieren saber por qué. Cipriano Algor ha dicho, no una vez sino<br />

muchas, que nunca se avendrá a vivir en el Centro, que nunca<br />

renunciará a la alfarería que fue del padre y del abuelo, y hasta la<br />

propia Marta, su hija única, que, pobrecilla, no tendrá otro remedio<br />

que acompañar al marido cuando sea ascendido a guarda residente,<br />

supo comprender, hace dos o tres días, con agradecida franqueza, que<br />

la decisión final sólo la podrá tomar el padre, sin ser forzado por<br />

insistencias y presiones de terceros, aunque estuviesen justificadas por<br />

el amor filial o por aquella llorosa piedad que los viejos, incluso cuando<br />

la rechacen, suscitan en el alma de las personas bien formadas. No<br />

voy, no voy, y no voy, aunque me maten, masculló el alfarero,<br />

consciente, sin embargo, de que estas palabras, precisamente por<br />

parecer tan rotundas, tan terminantes, podían estar fingiendo una<br />

convicción que en el fondo no sentían, disimulando una laxitud interior,<br />

como una grieta todavía invisible en la pared más fina de un cántaro.<br />

Es obvio que es ésta la mejor razón, ya que de cántaro se vuelve a<br />

hablar, para que Isaura Estudiosa regrese al pensamiento de Cipriano<br />

Algor, y fue lo que sucedió, pero el camino tomado por ese<br />

pensamiento, o raciocinio, si raciocinio hubo, si no sólo la luz de un<br />

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