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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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Encontrado como sabemos que ya le quiere Cipriano. El alfarero había<br />

dejado atrás el pueblo, las tres casas aisladas que nadie vendrá a<br />

levantar de la ruina, ahora bordea la ribera sofocada de podredumbre,<br />

atravesará los campos descuidados, el bosque abandonado, han sido<br />

tantas las veces que ha hecho este camino que apenas repara en la<br />

desolación que lo cerca, pero hoy tiene dos motivos de preocupación<br />

que justifican su aire absorto, uno de ellos, la diligencia comercial que<br />

lo lleva al Centro, no necesita, obviamente, mención particular, pero el<br />

otro, que no se sabe durante cuánto tiempo seguirá afectándolo, es lo<br />

que más le está desasosegando el espíritu, ese impulso realmente<br />

inesperado e inexplicable, al pasar junto a la entrada de la calle donde<br />

vive Isaura Estudiosa, de acercarse a saber noticias del cántaro, si el<br />

uso habría denunciado algún oculto defecto , si goteaba, si conservaba<br />

el agua fresca. Evidentemente Cipriano Algor no conoce a esta vecina<br />

ni desde hoy ni desde ayer, sería imposible que viviera alguien en el<br />

pueblo a quien él, por razones de oficio, no conociese, y, aunque<br />

nunca hubiesen existido, propiamente hablando, lo que se llama<br />

relaciones de amistad con esa familia, los Algores padre e hija habían<br />

acompañado al cementerio el cortejo del difunto Joaquín Estudioso,<br />

que suyo era el apellido por el cual Isaura, que vino de una aldea<br />

apartada para casarse aquí, pasó también, como es de uso en los<br />

pueblos, a ser conocida. Cipriano Algor recordaba haberle dado el<br />

pésame a la salida del cementerio, en el mismo sitio donde meses<br />

después volverían a encontrarse para intercambiar impresiones y<br />

promesas acerca de un cántaro partido. Era sólo una viuda más en el<br />

pueblo, otra mujer que iría vestida de luto riguroso durante seis<br />

meses, y otros seis de luto aliviado a continuación, y suerte que tenía,<br />

porque hubo un tiempo en que el riguroso y el aliviado, cada uno,<br />

pesaron sobre el cuerpo femenino, y, vaya usted a saber, sobre el<br />

alma, un año entero de días y de noches, sin hablar de esas mujeres a<br />

quienes, por viejas, la ley de la costumbre obligaba a vivir cubiertas de<br />

negro hasta el último de sus propios días. Se preguntaba Cipriano<br />

Algor si en el largo intervalo entre los dos encuentros en el cementerio<br />

habría hablado alguna vez con Isaura Estudiosa, y la respuesta le<br />

sorprendió, Si ni siquiera la he visto, y era cierto, aunque no nos debe<br />

extrañar la aparente singularidad de la situación, en los asuntos donde<br />

gobierna la casualidad tanto da que se viva en una ciudad de diez<br />

millones de habitantes como en una aldea de pocas centenas de<br />

vecinos, sólo ocurre lo que tenga que ocurrir. En este momento el<br />

pensamiento de Cipriano Algor quiso desviarse hacia Marta, estuvo a<br />

punto de responsabilizarla otra vez de las fantasías que le daban<br />

vueltas en la cabeza, pero su imparcialidad, su honestidad de juicio,<br />

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