Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net
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que en el cerebro pueda ser percibido como conocimiento infuso,<br />
mágico o sobrenatural, signifique lo que signifique sobrenatural,<br />
mágico e infuso, son los dedos y sus pequeños cerebros quienes lo<br />
enseñan. Para que el cerebro de la cabeza supiese lo que era la piedra,<br />
fue necesario que los dedos la tocaran, sintiesen su aspereza, el peso y<br />
la densidad, fue necesario que se hiriesen en ella. Sólo mucho tiempo<br />
después el cerebro comprendió que de aquel pedazo de roca se podría<br />
hacer una cosa a la que llamaría puñal y una cosa a la que llamaría<br />
ídolo. El cerebro de la cabeza anduvo toda la vida retrasado con<br />
relación a las manos, e incluso en estos tiempos, cuando parece que se<br />
ha adelantado, todavía son los dedos quienes tienen que explicar las<br />
investigaciones del tacto, el estremecimiento de la epidermis al tocar<br />
el barro, la dilaceración aguda del cincel, la mordedura del ácido en la<br />
chapa, la vibración sutil de una hoja de papel extendida, la orografía<br />
de las texturas, el entramado de las fibras, el abecedario en relieve del<br />
mundo. Y los colores. Manda la verdad que se diga que el cerebro es<br />
mucho menos entendido en colores de lo que cree. Es cierto que<br />
consigue ver más o menos claramente lo que los ojos le muestran,<br />
pero la mayoría de las veces sufre lo que podríamos designar como<br />
problemas de orientación cuando llega la hora de convertir en<br />
conocimiento lo que ha visto. Gracias a la inconsciente seguridad con<br />
que el transcurso de la vida le ha dotado, pronuncia sin dudar los<br />
nombres de los colores a los que llama elementales y<br />
complementarios, pero inmediatamente se pierde perplejo, dubitativo,<br />
cuando intenta formar palabras que puedan servir de rótulos o dísticos<br />
explicativos de algo que toca lo inefable, de algo que roza lo indecible,<br />
ese color todavía no nacido del todo que, con el asentimiento, la<br />
complicidad, y a veces la sorpresa de los propios ojos, las manos y los<br />
dedos van creando y que probablemente nunca llegará a recibir su<br />
justo nombre. O tal vez ya lo tenga, pero sólo las manos lo conocen,<br />
porque compusieron la tinta como si estuvieran descomponiendo las<br />
partes constituyentes de una nota de música, porque se ensuciaron en<br />
su color y guardaron la mancha en el interior profundo de la dermis,<br />
porque sólo con ese saber invisible de los dedos se podrá alguna vez<br />
pintar la infinita tela de los sueños. Fiado en lo que los ojos creen<br />
haber visto, el cerebro de la cabeza afirma que, según la luz y las<br />
sombras, el viento y la calma, la humedad y la secura, la playa es<br />
blanca, o amarilla, o dorada, o gris, o violácea, o cualquier cosa entre<br />
esto y aquello, pero después vienen los dedos y, con un movimiento de<br />
recogida, como si estuviesen segando la cosecha, levantan del suelo<br />
todos los colores que hay en el mundo. Lo que parecía único era plural,<br />
lo que es plural lo será aún más. No es menos verdad, con todo, que<br />
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