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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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pronunciar palabra y salió. Llamó al perro, Anda, vamos a dar una<br />

vuelta, dijo. Bajó con él la cuesta, al llegar a la carretera giró hacia la<br />

izquierda, en dirección opuesta al pueblo, y se adentró en el campo.<br />

Encontrado no se apartaba de los tobillos del dueño, debía de estar<br />

recordando sus tiempos de infeliz vagabundeo cuando lo expulsaban<br />

violentamente de los huertos y hasta un trago de agua le negaban.<br />

Aunque no tenga nada de miedoso, aunque no le asusten las sombras<br />

de la noche, preferiría estar ahora tumbado en la caseta, o, mejor<br />

todavía, enroscado en la cocina, a los pies de uno de ellos, no dice uno<br />

de ellos por indiferencia, como si le diese igual, porque a los otros dos<br />

también los mantendría al alcance de la vista y del olfato, y porque<br />

podría mudar de sitio cuando le apeteciese sin que la armonía y la<br />

felicidad del momento sufriesen con el cambio. No fue muy largo el<br />

paseo. <strong>La</strong> piedra en que Cipriano Algor acaba de sentarse va a hacer<br />

las veces de banco de las meditaciones, para eso salió de casa, si se<br />

hubiese acogido al auténtico la hija lo vería desde la puerta de la<br />

cocina y no tardaría en acercarse preguntándole si estaba bien, son<br />

cuidados que evidentemente se agradecen, pero la naturaleza humana<br />

está hecha de tan extraña manera que hasta los más sinceros y<br />

espontáneos movimientos del corazón pueden ser inoportunos en<br />

ciertas circunstancias. De lo que Cipriano Algor pensó no merece la<br />

pena hablar porque ya lo había pensado en otras ocasiones y de ese<br />

pensar se dejó información más que suficiente. Y lo nuevo aquí<br />

aconteció fue que él dejó resbalar por la cara unas cuantas costosas<br />

lágrimas, hace mucho tiempo que andaban ahí represadas, siempre a<br />

punto de derramarse, finalmente estaban prometidas para esta hora<br />

triste, para esta noche sin luna, para esta soledad que no se resigna.<br />

No tuvo novedad alguna, porque ya había sucedido otra vez en la<br />

historia de las fábulas y de los prodigios de la gente canina, que se<br />

acercara Encontrado a Cipriano Algor para lamerle las lágrimas, gesto<br />

de consolación suprema que, en todo caso, por muy conmovedor que<br />

nos parezca, capaz incluso de tocar los corazones menos propensos a<br />

manifestaciones de sensibilidad, no nos debería hacer olvidar la cruda<br />

realidad de que el sabor a sal que en ellas está tan presente es<br />

apreciado en grado sumo por la generalidad de los perros. Una cosa,<br />

sin embargo, no quita la otra, si preguntamos a Encontrado si es la sal<br />

la causa de que lamiera la cara de Cipriano Algor, probablemente nos<br />

respondería que no merecemos el pan que comemos, que somos<br />

incapaces de ver más allá de la punta de nuestra nariz. Así se<br />

quedaron más de dos horas el perro y su dueño, cada cual con sus<br />

pensamientos, ya sin lágrimas que uno llorase y otro secase, quién<br />

sabe si a la espera de que la rotación del mundo volviera a poner todas<br />

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