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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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uno no podía, al menos en ese momento, esperar simpatía ni<br />

correspondencia en la lacerada felicidad del otro. No está lejos el día<br />

en que sabremos cómo transcurrió la vida de Encontrado en su nueva<br />

casa, si le fue cómodo o costoso adaptarse a su nueva dueña, si el<br />

buen trato y el afecto sin límites que ella le ofreció fueron suficientes<br />

para que olvidara la tristeza de haber sido abandonado injustamente.<br />

Ahora a quien tenemos que seguir es a Cipriano Algor, nada más que<br />

seguirlo, ir tras él, acompañar su paso sonámbulo . En cuanto a<br />

imaginar cómo es posible que se junten en una persona sentimientos<br />

tan contrapuestos como, en el caso que estamos apreciando, la más<br />

profunda de las alegrías y el más pungente de los disgustos, para<br />

luego descubrir o crear aquel único nombre con que pasaría a ser<br />

designado el sentimiento particular consecuente de esa unión, es una<br />

tarea que muchas veces se ha emprendido en el pasado y cada vez se<br />

resigna, como si fuera un horizonte que se va dislocando<br />

incesantemente, a no alcanzar siquiera el umbral de la puerta de las<br />

inefabilidades que esperan dejar de serlo. <strong>La</strong> expresión locutiva<br />

humana no sabe todavía, y es probable que no lo sepa nunca, conocer,<br />

reconocer y comunicar todo cuanto es humanamente experimentable y<br />

sensible. Hay quien afirma que la causa principal de esta serísima<br />

dificultad reside en el hecho de que los seres humanos están hechos<br />

en lo fundamental de arcilla, la cual, como las enciclopedias con<br />

minuciosidad nos explican, es una roca sedimentaria detrítica formada<br />

por fragmentos minerales minúsculos del tamaño de uno/doscientos<br />

cincuenta y seisavos por milímetro. Hasta hoy, por más vueltas que se<br />

hayan dado a las lenguas, no se ha conseguido encontrar un nombre<br />

para esto.<br />

Entre tanto, Cipriano Algor llegó al final de la calle, torció en la<br />

carretera que dividía la población por medio y, ni andando ni<br />

arrastrándose, ni corriendo ni volando, como si estuviese soñando que<br />

quería liberarse de sí mismo y chocase continuamente con su propio<br />

cuerpo, llegó a lo alto de la cuesta donde la furgo<strong>net</strong>a lo esperaba con<br />

el yerno y la hija. El cielo, antes, parecía no estar para aguaceros, sin<br />

embargo, ahora, comenzaba a caer una lluvia indecisa, indolente, que<br />

tal vez no viniese para durar, pero exacerbaba la melancolía de estas<br />

personas apenas a una vuelta de rueda de separarse de los lugares<br />

queridos, el propio Marcial sentía que se le contraía de inquietud el<br />

estómago. Cipriano Algor entró en la furgo<strong>net</strong>a, se sentó al lado del<br />

conductor, en el lugar que le había sido dejado, y dijo, Vamos. No<br />

pronunciaría otra palabra hasta llegar al Centro, hasta entrar en el<br />

montacargas que lo llevó con maletas y paquetes al piso treinta y<br />

cuatro, hasta que abrieron la puerta del apartamento, hasta que<br />

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