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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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Que muchos de los mitos antropogenéticos no prescindieron del barro<br />

en la creación material del hombre es un hecho ya mencionado aquí y<br />

al alcance de cualquier persona medianamente interesada en<br />

almanaques lo-sé-todo y enciclopedias ca-si-todo. No es éste, por<br />

regla general, el caso de los creyentes de las diferentes religiones, ya<br />

que se sirven de las vías orgánicas de la iglesia de la que forman parte<br />

para recibir e incorporar esa y otras muchas informaciones de igual o<br />

similar importancia. No obstante, hay un caso, un caso por lo menos,<br />

en que el barro necesitó ir al horno para que la obra fuese considerada<br />

acabada. Y eso después de varias tentativas. Este singular creador al<br />

que nos estamos refiriendo y cuyo nombre olvidamos ignoraría<br />

probablemente, o no tendría suficiente confianza en la eficacia<br />

taumatúrgica del soplo en la nariz al que otro creador recurrió antes o<br />

recurriría después, como en nuestros días hizo también Cipriano Algor,<br />

aunque sin más intención que la modestísima de limpiar de cenizas la<br />

cara de la enfermera. Volviendo, pues, al tal creador que necesitó<br />

llevar el hombre al horno, el episodio pasó de la manera que vamos a<br />

explicar, de donde se verá que las frustradas tentativas a que nos<br />

referimos resultaron del insuficiente conocimiento que el dicho creador<br />

tenía de las temperaturas de la cocción. Comenzó por hacer con barro<br />

una figura humana, de hombre o de mujer es pormenor sin<br />

importancia, la metió en el horno y atizó la lumbre suficiente. Pasado<br />

el tiempo que le pareció cierto, la sacó de allí, y, Dios mío, se le cayó<br />

el alma a los pies. <strong>La</strong> figura había salido negra retinta, nada parecida a<br />

la idea que tenía de lo que debería ser su hombre. Sin embargo, tal<br />

vez porque todavía estaba en comienzo de actividad, no tuvo valor<br />

para destruir el fallido producto de su inexperiencia. Le dio vida, se<br />

supone que con un coscorrón en la cabeza, y lo mandó por ahí. Volvió<br />

a moldear otra figura, la metió en el horno, pero esta vez tuvo la<br />

precaución de cautelarse con la lumbre. Lo consiguió, sí, pero<br />

demasiado, pues la figura apareció blanca como la más blanca de<br />

todas las cosas blancas. Aún no era lo que él quería. Con todo, pese al<br />

nuevo fallo, no perdió la paciencia, debe de haber pensado, indulgente,<br />

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