Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net
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discutiendo la grave cuestión del almuerzo familiar de los Gachos y se<br />
aproximó al tablero donde estaban las seis figuras. Con extremo<br />
cuidado les retiró los paños mojados, las observó con atención, una a<br />
una, necesitaban sólo de algunos ligeros retoques en las cabezas y en<br />
los rostros, partes del cuerpo que, siendo las figuras de pequeño<br />
tamaño, poco más de un palmo de altura, inevitablemente tendrían<br />
que resentirse de la presión de las telas, Marta se encargará de<br />
ponerlas como nuevas, después quedarán destapadas, al descubierto,<br />
para que pierdan la humedad antes de meterlas en el horno. Por el<br />
cuerpo dolorido de Cipriano Algor pasó un estremecimiento de placer,<br />
se sentía como si estuviese principiando el trabajo más difícil y<br />
delicado de su vida de alfarero, la aventurada cochura de una pieza de<br />
altísimo valor estético modelada por un gran artista a quien no le<br />
importa rebajar su genio hasta las precarias condiciones de este lugar<br />
humilde, y que no podría admitir, de la pieza se habla, mas también<br />
del artista, las consecuencias ruinosas que resultarían de la variación<br />
de un grado de calor, ya sea por exceso ya sea por defecto. De lo que<br />
realmente aquí se trata, sin grandezas ni dramas, es de llevar al horno<br />
y cocer media docena de figurillas insignificantes para que generen,<br />
cada una de ellas, doscientas insignificantes copias, habrá quien diga<br />
que todos nacemos con el destino trazado, pero lo que está a la vista<br />
es que sólo algunos vinieron a este mundo para hacer del barro adanes<br />
y evas o multiplicar los panes y los peces. Marta y Marcial habían<br />
salido de la alfarería, ella para preparar la cena, él para profundizar las<br />
relaciones iniciadas con el perro Encontrado, quien, aunque todavía<br />
renitente a aceptar sin protesta la presencia de un uniforme en la<br />
familia, parece dispuesto a asumir una postura de tácita<br />
condescendencia siempre que el dicho uniforme sea sustituido, nada<br />
más llegar, por cualquier vestimenta de corte civil, moderna o antigua,<br />
nueva o vieja, limpia o sucia, da lo mismo. Cipriano Algor está ahora<br />
solo en la alfarería. Probó distraídamente la solidez de una caja, mudó<br />
de sitio, sin necesidad, un saco de yeso, y, como si apenas el azar, y<br />
no la voluntad, le hubiese guiado los pasos, se encontró delante de las<br />
figuras que había modelado, el hombre, la mujer. En pocos segundos<br />
el hombre quedó transformado en un montón informe de barro. Quizá<br />
la mujer hubiese sobrevivido si en los oídos de Cipriano Algor no<br />
sonase ya la pregunta que Marta le haría mañana, Por qué, por qué el<br />
hombre y no la mujer, por qué uno y no los dos. El barro de la mujer<br />
se amasó sobre el barro del hombre, son otra vez un barro solo.<br />
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