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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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demasiado, ahora quería volver a la caseta, al moral, al banco de las<br />

meditaciones. Cipriano Algor dijo, Tengo que irme, están<br />

esperándome, Así nos despedimos, preguntó Isaura, Vendremos de<br />

vez en cuando para saber cómo está Encontrado, para ver si la casa<br />

todavía está en pie, no es un adiós hasta siempre jamás. Volvió a<br />

enganchar la correa y la pasó a las manos de Isaura, Aquí lo dejo, es<br />

sólo un perro, aunque. Nunca sabremos qué ontológicas<br />

consideraciones se disponía Cipriano Algor a desarrollar después de la<br />

conjunción que dejó suspensa en el aire, porque su mano derecha, esa<br />

que sostenía la punta de la correa, se perdió o se dejó encontrar entre<br />

las manos de Isaura Madruga, la mujer que no había querido incluir en<br />

su presente y que, sin embargo, le decía ahora, Lo quiero, Cipriano,<br />

sabe que lo quiero. <strong>La</strong> correa se resbaló al suelo, sintiéndose libre<br />

Encontrado se apartó para oler un rodapié, cuando poco después<br />

volvió la cabeza comprendió que la visita se había desviado del<br />

camino, que ya no era simple cortesía aquel abrazo, ni aquellos besos,<br />

ni aquella respiración entrecortada, ni aquellas palabras que, ahora por<br />

muy diferente razón, también comenzaban pero no conseguían acabar.<br />

Cipriano Algor e Isaura se habían levantado, ella lloraba de alegría y<br />

dolor, él balbuceaba, Volveré, volveré, es una pena que la puerta de la<br />

calle no se abra de par en par para que los vecinos puedan presenciar<br />

y correr la palabra de cómo la viuda del Estudioso y el viejo de la<br />

alfarería se aman de un verdadero y finalmente confesado amor. Con<br />

voz que recuperara algo de su tono natural, Cipriano Algor repitió,<br />

Volveré, volveré, tiene que haber una solución para nosotros, <strong>La</strong> única<br />

solución es que te quedes, dijo Isaura, Sabes bien que no puedo,<br />

Estaremos aquí esperándote, Encontrado y yo. El perro no comprendía<br />

por qué motivo sostenía la mujer la correa que lo prendía, yendo los<br />

tres andando hacia la puerta, señal evidente de que el dueño y él irían<br />

por fin a salir, no comprendía por qué razón la correa todavía no había<br />

pasado a la mano de quien, por derecho, la había colocado. El pánico<br />

le subía desde las tripas a la garganta, pero, al mismo tiempo, los<br />

miembros le temblaban a causa de la excitación resultante del plan<br />

que el instinto le acababa de delinear, librarse de un tirón violento<br />

cuando se abriera la puerta y, luego, triunfante, esperar fuera a que el<br />

dueño fuese a su encuentro. <strong>La</strong> puerta sólo se abrió después de otros<br />

abrazos y de otros besos, de otras palabras murmuradas, pero la<br />

mujer lo aseguraba con firmeza, mientras decía, Tú te quedas, tú te<br />

quedas, así son las cosas del hablar, el mismo verbo que había sido<br />

incapaz de retener a Cipriano Algor era el que no dejaba ahora que<br />

Encontrado se escapase. <strong>La</strong> puerta se cerró, separó al animal de su<br />

amo, pero, así son las cosas del sentir, la angustia del desamparo de<br />

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