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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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fragmentos de sus propios sueños o de oído atento al trabajo ciego<br />

que la vida, segundo a segundo, carpinteaba en su útero. <strong>La</strong> voz sonó<br />

nítida y clara en el silencio de la casa, Padre, adonde va tan temprano,<br />

No puedo dormir, voy a ver cómo ha salido la cochura, pero tú<br />

quédate, no te levantes. Marta respondió, Pues sí, no era nada difícil,<br />

conociéndolo, pensar que el padre deseaba estar solo durante la grave<br />

operación de retirar las cenizas y las estatuillas de la cueva, así como<br />

un niño que, bien entrada la noche, temblando de susto y de<br />

excitación, avanza a tientas por el pasillo oscuro para descubrir qué<br />

soñados juguetes y regalo s le han sido puestos en el zapato. Cipriano<br />

Algor se calzó, abrió la puerta de la cocina y salió. <strong>La</strong> frondosidad<br />

compacta del moral retenía la noche firmemente, no la dejaría irse tan<br />

pronto, la primera claridad del amanecer todavía tardaría por lo menos<br />

media hora. Miró la caseta, después paseó la vista en derredor,<br />

sorprendido de no ver surgir al perro. Silbó bajito, pero Encontrado no<br />

se manifestó. El alfarero pasó de la sorpresa perpleja a una inquietud<br />

explícita, No creo que se haya ido, no lo creo, murmuró. Podía gritar el<br />

nombre del perro, pero no lo hizo porque no quería alarmar a la hija.<br />

Andará por ahí, andará por ahí olisqueando algún bicho nocturno, dijo<br />

para tranquilizarse a sí mismo, pero la verdad es que, mientras<br />

atravesaba la explanada en dirección al horno, pensaba más en<br />

Encontrado que en las ansiadas estatuillas de barro. Se encontraba ya<br />

a pocos pasos de la cueva cuando vio salir al perro de debajo del<br />

banco de piedra, Me has dado un buen susto, bribón, por qué no<br />

vienes cuando te llamo, le reprendió, pero Encontrado no dio<br />

respuesta, estaba ocupado desperezándose, poniendo los músculos en<br />

su lugar, primero estiró con fuerza las manos hacia delante, bajando<br />

en plano inclinado la cabeza y la columna vertebral, luego ejecutó lo<br />

que se supone que es, en su entendimiento, un indispensable ejercicio<br />

de ajuste y compensación, rebajando y alargando hasta tal punto los<br />

cuartos traseros que parecía querer separarse de las patas de atrás.<br />

Todo el mundo sabe decirnos que los animales dejaron de hablar hace<br />

mucho tiempo, pero lo que nunca se podrá demostrar es que ellos no<br />

hayan seguido haciendo uso secreto del pensamiento. Véase, por<br />

ejemplo, el caso de este perro Encontrado, cómo a pesar de la escasa<br />

claridad que poco a poco comienza a bajar del cielo se le puede leer en<br />

la cara lo que está pensando, ni más ni menos A palabras necias, oídos<br />

sordos, quiere él decir en la suya que Cipriano Algor, con la larga<br />

experiencia de vida que tiene, aunque tan poco variada, no debería<br />

necesitar que le explicasen cuáles son los deberes de un perro, es<br />

harto conocido que los centinelas humanos sólo vigilan en serio si<br />

para eso les ha sido dada una orden terminante, mientras que los<br />

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