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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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A la mañana siguiente, como habían decidido, Cipriano Algor llevó las<br />

figurillas acabadas al Centro. <strong>La</strong>s otras ya se encontraban en el horno,<br />

a la espera de su turno. Cipriano Algor se levantó temprano, todavía la<br />

hija y el yerno dormían, y cuando finalmente Marcial y Marta,<br />

soñolientos, se mostraron en la puerta de la cocina, la mitad del<br />

trabajo estaba hecho. Tomaron el desayuno juntos intercambiando<br />

frases de circunstancia, quiere más café, pásame el pan, queda<br />

mermelada, después Marcial ayudó al suegro en lo que faltaba, luego<br />

se ocupó del delicado trabajo de acomodar las trescientas figuras<br />

acabadas en las cajas que antes se usaban para el transporte de la<br />

cacharrería. Marta le dijo al padre que iría con Marcial a casa de sus<br />

suegros, era necesario informarles de la próxima mudanza, vamos a<br />

ver cómo recibirán la noticia, de cualquier modo no se quedarían a<br />

comer, Probablemente ya estaremos aquí cuando vuelva del Centro,<br />

concluyó. Cipriano Algor dijo que se llevaría a Encontrado, y Marta le<br />

preguntó si era en alguien de la ciudad en quien estaba pensando<br />

cuando ayer noche dijo que también tenía una idea para resolver el<br />

problema del perro, y él respondió que no, pero el asunto podría<br />

estudiarse, de esa manera Encontrado estaría cerca de ellos, lo verían<br />

siempre que quisiesen. Marta observó que no constaba en sus<br />

conocimientos que el padre tuviera amigos cercanos en la ciudad,<br />

personas de tanta confianza que mereciesen, dijo con intención la<br />

palabra mereciesen, quedarse con un animal a quien en aquella casa<br />

se estimaba como a una persona. Cipriano Algor respondió que no<br />

recordaba haber dicho alguna vez que tuviese amigos cercanos en la<br />

ciudad, y que si se llevaba al perro era para distraerse de<br />

pensamientos que no quería tener. Marta dijo que si él tenía<br />

pensamientos de ésos debería compartirlos con su hija, a lo que<br />

Cipriano Algor respondió que hablarle de sus pensamientos sería como<br />

si lloviera sobre mojado, porque ella los conocía tan bien o mejor que<br />

él mismo, no palabra por palabra, claro está, como el registro de una<br />

grabadora, sino en lo más profundo y esencial, y entonces ella dijo<br />

que, en su humilde opinión, la realidad era precisamente al contrario,<br />

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