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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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Durante el regreso a casa, o, como Marta dijo para diferenciarla de la<br />

otra, a la casa de la alfarería, padre e hija, pese a la instigación medio<br />

zumbona medio cariñosa de Marcial, hablaron poco, poquísimo,<br />

aunque el más simple examen de las múltiples probabilidades<br />

consecuentes de la situación sugiera que hayan pensado mucho.<br />

Adelantarnos, con temerarias suposiciones o con venturosas<br />

deducciones, o, peor todavía, con inconsideradas adivinaciones, a lo<br />

que ellos pensaron no sería, en principio, si tenemos en cuenta la<br />

presteza y el descaro con que en relatos de esta naturaleza se<br />

menosprecia el secreto de los corazones, no sería, decíamos, tarea<br />

imposible, pero, puesto que esos pensamientos, más pronto o más<br />

tarde, tendrán que expresarse en actos, o en palabras que a actos<br />

conduzcan, nos ha parecido preferible pasar adelante y aguardar<br />

tranquilamente a que sean los actos y las palabras los que manifiesten<br />

los pensamientos. Para el primero no tuvimos que esperar mucho,<br />

padre e hija almorzaron en silencio, lo que significa que nuevos<br />

pensamientos se estuvieron juntando a los del camino, y de pronto ella<br />

decidió quebrar el silencio, Esa idea suya de descansar tres días era<br />

excelente y, además de que es de agradecer, tenía toda la justificación<br />

en su momento, pero el ascenso de Marcial ha alterado completamente<br />

la situación, piense que no tenemos más que una semana para<br />

organizar la mudanza y pintar las trescientas estatuillas ya cocidas que<br />

aguardan en el horno, al menos ésas tenemos obligación de<br />

entregarlas, A mí también me preocupa el muñequerío, pero he<br />

llegado a una conclusión diferente a la tuya, No comprendo, El Centro<br />

ya tiene una avanzada de trescientos muñecos, por el momento serán<br />

suficientes, las estatuillas de barro no son juegos de ordenador ni<br />

pulseras magnéticas, las personas no se empujan gritando quiero mi<br />

esquimal, quiero mi asirlo de barbas, quiero mi enfermera, Muy bien,<br />

supongo que los clientes del Centro no irán a pelearse por culpa del<br />

mandarín, o del bufón, o del payaso, pero eso no quiere decir que no<br />

debamos acabar el trabajo, Claro que no, pero no me parece que<br />

merezca la pena precipitarnos, Vuelvo a recordarle que sólo tenemos<br />

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