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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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puñetazo en la cabeza, sólo se dijo a sí mismo con una media sonrisa<br />

triste, A esto puede llegar un hombre, verse implorando un abrazo,<br />

como un niño carente de amor. Puso la furgo<strong>net</strong>a en marcha, dio la<br />

vuelta a la manzana, ahora más extensa como consecuencia de la<br />

ampliación del Centro, Dentro de poco ya nadie se acordará de lo que<br />

existía aquí antes, pensó. Quince minutos más tarde, sintiéndose<br />

extraño como alguien que, tras regresar a un lugar después de una<br />

larga ausencia, no encuentra mudanzas que objetivamente justifiquen<br />

ese sentimiento, que tampoco puede ignorar, descendía la rampa del<br />

subterráneo. Tras avisar al guarda de la entrada de que venía a pedir<br />

una información, y no para descargar, estacionó la furgo<strong>net</strong>a en la vía<br />

lateral. Ya había una fila larga de camiones a la espera, algunos<br />

enormes, aún faltaban casi dos horas para que el servicio de recepción<br />

de mercancías abriese. Cipriano Algor se acomodó en el asiento e<br />

intentó dormir. <strong>La</strong> última mirada que había echado por la mirilla, antes<br />

de venir a la ciudad, mostraba que el proceso de cocción ya había<br />

terminado, ahora sólo tenía que dejar que el horno enfriara a su gusto,<br />

sin prisas, paulatinamente, como quien va por su propio pie. Para<br />

dormirse se puso a contar los muñecos como si estuviese contando<br />

borregos, comenzó por los bufones y los contó a todos, después pasó a<br />

los payasos y consiguió llegar también al final, cincuenta de ésos,<br />

cincuenta de éstos, de los que sobraban, el remanente para<br />

estropicios, no se interesó, luego quiso pasar a los esquimales, pero se<br />

le adelantaron, sin explicación, las enfermeras, y, en la lucha que tuvo<br />

que entablar para repelerlas, se durmió. No era la primera vez que<br />

veía terminar su sueño de la mañana en el subterráneo del Centro, no<br />

era la primera vez que lo despertaba, amplificado y multiplicado por<br />

los ecos, el estruendo de los motores de los camiones. Bajó de la<br />

furgo<strong>net</strong>a y avanzó hacia el mostrador de atención personal, dijo quién<br />

era, dijo que venía para una aclaración, a hablar con el jefe, si fuera<br />

posible, Es un asunto importante, añadió. El empleado que lo atendía<br />

lo miró con aire de duda, era más que evidente que no podrían ser<br />

importantes ni el asunto ni la persona que tenía delante, salida de una<br />

miserable furgo<strong>net</strong>a que decía por fuera Alfarería, por eso respondió<br />

que el jefe estaba ocupado, En una reunión, precisó, y ocupado iba a<br />

seguir toda la mañana, que dijese por tanto a qué venía. El alfarero<br />

explicó lo que tenía que explicar, no se olvidó, para impresionar al<br />

interlocutor, de aludir a la conversación telefónica que tuvo con el jefe<br />

del departamento, y finalmente oyó al otro decir, Voy a preguntar a un<br />

subjefe. Temió Cipriano Algor que le saliese el malvado que le había<br />

amargado la vida, pero el subjefe que apareció era educado y atento,<br />

concordó que era una excelente idea, Buena ocurrencia, sí señor, es<br />

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