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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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perros, y éste en particular, no están a la espera de que se les diga<br />

Quédate ahí mirando por la lumbre, podremos tener la certeza de que,<br />

mientras las brasas no se extingan, ellos permanecerán con los ojos<br />

abiertos. En todo caso habrá que hacer justicia al pensamiento<br />

humano, su consabida lentitud no siempre le impide llegar a las<br />

conclusiones ciertas, como dentro de la cabeza de Cipriano Algor acaba<br />

ahora mismo de suceder, se le encendió una luz de repente y gracias a<br />

ella pudo leer y en voz alta pronunciar las palabras de reconocimiento<br />

de que el perro Encontrado era justamente merecedor, Mientras yo<br />

dormía al calor de las sábanas, estabas tú aquí de centinela alerta, no<br />

importa que tu vigilancia de nada sirviera a la cochura, lo que cuenta<br />

realmente es el gesto. Cuando Cipriano Algor terminó la alabanza,<br />

Encontrado corrió a alzar la pata y aliviar la vejiga, después regresó<br />

moviendo la cola y se tumbó a poca distancia de la cueva, dispuesto<br />

para asistir a la operación de levantamiento de los muñecos. En ese<br />

momento la luz de la cocina se encendió, Marta se había levantado. El<br />

alfarero volvió la cabeza, no veía claro en su espíritu si prefería estar<br />

solo o si deseaba que la hija viniera a hacerle compañía, pero lo supo<br />

un minuto después, cuando percibió que ella había decidido dejarle el<br />

papel principal hasta el último momento. Semejante al reborde de una<br />

bóveda luminosa que llegara empujando la oscura cúpula de la noche,<br />

la frontera de la mañana se movía despacio hacia occidente. Una<br />

súbita virazón rasante arremolinó, como una tolvanera, las cenizas de<br />

la superficie de la cueva. Cipriano Algor se arrodilló, apartó a un lado<br />

las barras de hierro y, sirviéndose de la misma pequeña pala con la<br />

que había abierto la cueva, comenzó a retirar las cenizas mixturadas<br />

con pequeños trozos de carbón no consumidos. Casi imponderables,<br />

las blancas partículas se le pegaban a los dedos, algunas, levísimas,<br />

aspiradas por la respiración, se le subieron hasta la nariz y le obligaron<br />

a resoplar, tal como Encontrado hace a veces. Según la pala se iba<br />

aproximando al fondo de la cueva, las cenizas eran más calientes, pero<br />

no tanto que quemasen, estaban simplemente tibias, como piel<br />

humana, y blandas y suaves como ella. Cipriano Algor dejó a un lado<br />

la pala y hundió las dos manos en las cenizas. Tocó la fina e<br />

inconfundible aspereza de los barros cocidos. Entonces, como si<br />

estuviese ayudando a un nacimiento, sostuvo entre el pulgar, el índice<br />

y el corazón la cabeza todavía oculta de un muñeco y tiró hacia arriba.<br />

Era la enfermera. Le sacudió las cenizas del cuerpo, le sopló en la cara,<br />

parecía que estaba dándole una especie de vida, pasándole a ella el<br />

aliento de sus propios pulmones, el pulso de su propio corazón.<br />

Después, uno a uno, los restantes monigotes, el asirio de barbas, el<br />

mandarín, el bufón, el esquimal, el payaso, fueron retirados de la<br />

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