Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net
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con trocitos de cuarzo, y en ese caso no tendríamos que arriesgarnos<br />
en aventuras de payasos, bufones y mandarines que no sabemos cómo<br />
acabarán. Cipriano Algor no necesitó decirse a sí mismo No voy, desde<br />
hace semanas anda diciéndoselo a la hija y al yerno, una vez debería<br />
bastar. Estaba inmerso en estas inútiles cogitaciones, con la cabeza<br />
apoyada en el volante, cuando se aproximó el guarda que velaba en la<br />
salida del subterráneo y dijo, Si ya ha resuelto el asunto que traía<br />
entre manos, haga el favor de marcharse, esto no es un aparcamiento.<br />
El alfarero dijo, Ya lo sé, encendió el motor y salió sin más palabras. El<br />
guarda anotó el número de la furgo<strong>net</strong>a en un papel, no necesitaba<br />
hacerlo, la conocía casi desde el primer día que comenzó a ser guarda<br />
en este subterráneo, pero si tan ostentosamente ha tomado nota es<br />
porque no le ha gustado aquel seco Ya lo sé, las personas, sobre todo<br />
si son guardas, deben ser tratadas con respeto y consideración, no se<br />
les responde Ya lo sé sin más ni menos, el viejo debería haber dicho Sí<br />
señor, que son palabras simpáticas y obedientes, sirven para todo,<br />
verdaderamente el guarda, más que irritado, está desconcertado, por<br />
eso pensó que tampoco él debería haber dicho Esto no es un<br />
aparcamiento, sobre todo en el tono desdeñoso con que le salió, como<br />
si fuese el rey del mundo, cuando ni siquiera lo era del sucio<br />
subterráneo en que pasaba los días. Tachó el número y volvió a su<br />
puesto.<br />
Cipriano Algor buscó una calle tranquila para hacer tiempo mientras<br />
llegaba la hora de recoger al yerno en la puerta del Servicio de<br />
Seguridad. Estacionó la furgo<strong>net</strong>a en una esquina desde donde se<br />
divisaba, a la distancia de tres extensas manzanas, una franja de una<br />
de las fachadas descomunales del Centro, precisamente la que<br />
corresponde a la zona residencial. Exceptuando las puertas que<br />
comunican con el exterior, en ninguna de las restantes fachadas hay<br />
aberturas, son impe<strong>net</strong>rables paños de muralla donde los paneles<br />
suspendidos que prometen seguridad no pueden ser responsabilizados<br />
de tapar la luz y robar el aire a quien vive dentro. Al contrario de esas<br />
fachadas lisas, la cara de este lado está cribada de ventanas,<br />
centenares y centenares de ventanas, millares de ventanas, siempre<br />
cerradas debido al acondicionamiento de la atmósfera interna. Es<br />
sabido que cuando ignoramos la altura exacta de un edificio, pero<br />
queremos dar una idea aproximada de su tamaño, decimos que tiene<br />
un determinado número de pisos, que pueden ser dos, o cinco, o<br />
quince, o veinte, o treinta, o los que sean, menos o más que estos<br />
números, del uno al infinito. El edificio del Centro no es ni tan pequeño<br />
ni tan grande, se satisface con exhibir cuarenta y ocho pisos sobre el<br />
nivel de la calle y esconder diez pisos por debajo. Y ya puestos, dado<br />
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