Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net
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Estudioso le vino del marido, y él está muerto. En la primera ocasión,<br />
pensó el alfarero, no me olvidaré de preguntarle cuál es su apellido, el<br />
suyo propio, el de origen, el de familia. Absorto en la grave decisión<br />
que acababa de tomar, diligencia de las más temerarias en el territorio<br />
reservado del nombre, de hecho no es la primera vez que una historia<br />
de amor, por ejemplo, por hablar sólo de éstas, comienza por la fatal<br />
pregunta, Cuál es su nombre, preguntó ella, Cipriano Algor no reparó<br />
en seguida en que Marcial y el perro estaban confraternizando y<br />
jugando como viejos amigos que no se veían desde hacía mucho<br />
tiempo, Era el uniforme, decía el yerno, y Marta repetía, Era el<br />
uniforme. El alfarero los miró con extrañeza, como si todas las cosas<br />
del mundo hubiesen cambiado de repente de sentido, tal vez sería por<br />
haber pensado en la vecina Isaura más por el nombre que tenía que<br />
por la mujer que era, realmente no es común, incluso en pensamientos<br />
distraídos, cambiar una cosa por otra, salvo si se trata de una<br />
consecuencia de haber vivido mucho, a lo mejor hay cosas que sólo<br />
comenzamos a entender cuando llegamos allá, Llegamos allá, adonde,<br />
A la edad. Cipriano Algor se alejó en dirección al horno, iba<br />
murmurando una cantinela sin significado, Marta, Marcial, Isaura,<br />
Encontrado, después en orden diferente, Marcial, Isaura, Encontrado,<br />
Marta, y todavía otro, Isaura, Marta, Encontrado, Marcial, y otro,<br />
Encontrado, Marcial, Marta, Isaura, finalmente les unió su propio<br />
nombre, Cipriano, Cipriano, Cipriano, lo repitió hasta perder la cuenta<br />
de las veces, hasta sentir que un vértigo lo lanzaba fuera de sí mismo,<br />
hasta dejar de comprender el sentido de lo que estaba diciendo,<br />
entonces pronunció la palabra horno, la palabra alpendre, la palabra<br />
barro, la palabra moral, la palabra era, la palabra farol, la palabra<br />
tierra, la palabra lefia, la palabra puerta, la palabra cama, la palabra<br />
cementerio, la palabra asa, la palabra cántaro, la palabra furgo<strong>net</strong>a, la<br />
palabra agua, la palabra alfarería, la palabra hierba, la palabra casa, la<br />
palabra fuego, la palabra perro, la palabra mujer, la palabra hombre,<br />
la palabra, la palabra, y todas las cosas de este mundo, las nombradas<br />
y las no nombradas, las conocidas y las secretas, las visibles y las<br />
invisibles, como una bandada de aves que se cansase de volar y bajara<br />
de las nubes fueron posándose poco a poco en sus lugares, llenando<br />
las ausencias y reordenando los sentidos. Cipriano Algor se sentó en<br />
un viejo banco de piedra que el abuelo mandó colocar al lado del<br />
horno, apoyó los codos en las rodillas, la cara entre las manos juntas<br />
y abiertas, no miraba la casa ni la alfarería, ni los campos que se<br />
extendían más allá de la carretera, ni los tejados de la aldea a su<br />
derecha, miraba sólo el suelo sembrado de minúsculos fragmentos de<br />
barro cocido, la tierra blancuzca y granulosa que aparecía por debajo,<br />
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