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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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fueras tú un paisano como yo, verías las cosas de otra manera, El<br />

hecho de que sea guarda del Centro no hace de mí un policía o un<br />

militar, respondió Marcial, secamente, No lo hace, pero te quedas<br />

cerca, en la frontera, Ahora está obligado a decirme si le avergüenza<br />

que un guarda del Centro esté aquí a su lado, en su furgo<strong>net</strong>a,<br />

respirando el mismo aire. El alfarero no respondió en seguida, se<br />

arrepentía de haber cedido otra vez al estúpido y gratuito apetito de<br />

irritar al yerno, Por qué hago esto, se preguntó a sí mismo, como si no<br />

estuviese harto de conocer la respuesta, este hombre, este Marcial<br />

Gacho quería quitarle a la hija, verdaderamente se la quitó cuando se<br />

casó con ella, se la quitó sin remedio ni retorno, Aunque, cansado de<br />

decir no, acabe yéndome a vivir con ellos al Centro, pensó. Después,<br />

hablando lentamente, como si tuviese que arrastrar cada palabra, dijo,<br />

Perdona, no quería ofenderte ni ser desagradable contigo, a veces no<br />

puedo evitarlo, es como si fuera más fuerte que yo, y no vale la pena<br />

que me preguntes por qué, no te respondería, o te diría mentiras, pero<br />

hay razones, si las buscamos las encontramos siempre, razones para<br />

explicar cualquier cosa nunca faltan, incluso no siendo las ciertas, son<br />

los tiempos que mudan, son los viejos que cada hora que pasa<br />

envejecen un día, es el trabajo que deja de ser lo que había sido, y<br />

nosotros que sólo podemos ser lo que fuimos, de repente descubrimos<br />

que ya no somos necesarios en el mundo, si es que alguna vez lo<br />

fuimos, pero creer que lo éramos parecía bastante, parecía suficiente,<br />

y era en cierta manera eterno, durante el tiempo que la vida durase,<br />

que eso es la eternidad, nada más que eso. Marcial no habló, sólo puso<br />

la mano izquierda sobre la mano derecha del suegro, que sostenía el<br />

volante. Cipriano Algor tragó en seco, miró la mano que, suave, pero<br />

firme, parecía querer proteger la suya, la cicatriz torcida y oblicua que<br />

dilaceraba la piel de un lado a otro, marca última de una quemadura<br />

brutal que no se sabe por qué misteriosa circunstancia no llegó a<br />

alcanzar las venas subyacentes. Inexperto, inhábil, Marcial había<br />

querido echar una mano en la alimentación del horno, quedar bien<br />

ante la joven que era su novia desde hacía pocas semanas, quizá más<br />

ante el padre, demostrarle que era un hombre hecho, cuando en<br />

realidad apenas acababa de salir de la adolescencia y la única cosa de<br />

la vida y del mundo acerca de la cual creía saber todo lo que hay que<br />

saber era que quería a la hija del alfarero. A quien por estas<br />

certidumbres pasó algún día, no le costará imaginar qué entusiásticos<br />

sentimientos eran los suyos mientras arrastraba, rama tras rama, la<br />

lefia del cobertizo, y luego la empujaba horno adentro, qué supremo<br />

premio habrían sido para él en aquellos momentos la sorpresa<br />

encantada de Marta, la sonrisa benévola de la madre, la mirada seria y<br />

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