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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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menos en este caso fue remedio bendito, aunque al alfarero Cipriano<br />

Algor, lamentablemente, no se le ocurrió nada mejor que dejar salir<br />

una pregunta que más tarde le hará darse puñetazos en la cabeza,<br />

juzgue cada uno de nosotros si el suceso es para tanto, Qué me dice<br />

de nuestro cántaro, preguntó él, sigue prestándole buen servicio.<br />

Cipriano Algor se infligirá puñetazos como castigo por lo que consideró<br />

una estupidez sin perdón, pero esperemos que más tarde, cuando se le<br />

pase la furia autopunitiva, recuerde que Isaura Madruga no soltó una<br />

insultante carcajada a cambio, no se rió inclemente, no sonrió siquiera<br />

aquella mínima sonrisa de ironía que la situación parecía pedir, y que,<br />

al contrario, se puso muy sería, cruzó los brazos sobre el pecho como<br />

si estuviese todavía abrazando el cántaro, ese que Cipriano Algor sin<br />

darse cuenta del desliz verbal había llamado nuestro, tal vez luego a la<br />

noche, mientras el sueño llega, esta palabra lo interrogue sobre qué<br />

intención efectiva habría tenido cuando le dijo, si el cántaro era<br />

nuestro porque un día pasó de una mano a otra y porque de él se<br />

hablaba en ese momento, o nuestro por ser nuestro, nuestro sin<br />

rodeos, nuestro sólo, nuestro de los dos, nuestro y punto final.<br />

Cipriano Algor no responderá, mascullará como otras veces, Qué<br />

estupidez, pero lo hará de manera automática, en tono asaz<br />

vehemente, seguro, pero sin real convicción. Ahora que Isaura<br />

Madruga se ha retirado después de haber dicho en un murmullo Hasta<br />

otro día, ahora que ha salido por esa puerta como una sombra sutil,<br />

ahora que Encontrado, después de haberle hecho compañía hasta el<br />

principio de la rampa que conduce a la carretera, acaba de entrar en la<br />

cocina con una expresión claramente interrogante en la inclinación de<br />

la cabeza, en el meneo de la cola y en el levantar de las orejas, es<br />

cuando Cipriano Algor se da cuenta de que ninguna palabra había<br />

respondido a su pregunta, ni un sí, ni un no, sólo aquel gesto de<br />

abrazar el propio cuerpo, tal vez para encontrarse en él, tal vez para<br />

defenderlo o de él defenderse. Cipriano Algor miró alrededor perplejo,<br />

como si estuviese perdido, tenía las manos húmedas, el corazón<br />

disparado en el pecho, la ansiedad de quien acaba de escapar de un<br />

peligro de cuya gravedad no llegó a tener una noción clara. Y entonces<br />

se dio el primer puñetazo en la cabeza. Cuando Marta y Marcial<br />

regresaron del almuerzo, lo encontraron en la alfarería, echando yeso<br />

líquido en un molde, Cómo lo ha pasado sin nosotros, preguntó Marta,<br />

No me he muerto de nostalgia, si era eso lo que querías decir, di de<br />

comer al perro, almorcé, descansé un poco, y aquí estoy otra vez, y<br />

por aquella casa, qué tal las cosas, Nada de especial, dijo Marcial,<br />

como ya les había dicho lo de Marta, no hubo grandes fiestas, los<br />

besos y los abrazos de rigor en estas ocasiones, del resto no se habló,<br />

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