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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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El alfarero paró la furgo<strong>net</strong>a, bajó los cristales de un lado y de otro, y<br />

esperó que alguien viniese a robarle. No es raro que ciertas<br />

desesperaciones de espíritu, ciertos golpes de la vida empujen a la<br />

víctima a decisiones tan dramáticas como ésta, cuando no peores.<br />

Llega un momento en que la persona trastornada o injuriada oye una<br />

voz gritándole dentro de su cabeza, Perdido por diez, perdido por cien,<br />

y entonces es según las particularidades de la situación en que se<br />

encuentre y el lugar donde ella lo encuentra, o gasta el último dinero<br />

que le quedaba en un billete de lotería, o pone sobre la mesa de juego<br />

el reloj heredado del padre y la pitillera de plata que le regaló la<br />

madre, o apuesta todo al rojo a pesar de haber visto salir ese color<br />

cinco veces seguidas, o salta solo de la trinchera y corre con la<br />

bayo<strong>net</strong>a calada contra la ametralladora del enemigo, o para esta<br />

furgo<strong>net</strong>a, baja los cristales, abre después las puertas, y se queda a la<br />

espera de que, con las porras de costumbre, las navajas de siempre y<br />

las necesidades de la ocasión, lo venga a saquear la gente de las<br />

chabolas, Si no lo quisieron ellos, que se lo lleven éstos, fue el último<br />

pensamiento de Cipriano Algor. Pasaron diez minutos sin que nadie se<br />

aproximase para cometer el ansiado latrocinio, un cuarto de hora se<br />

fue sin que ni siquiera un perro vagabundo hubiese subido hasta la<br />

carretera a orinar en una rueda y olisquear el contenido de la<br />

furgo<strong>net</strong>a, y ya iba vencida media hora cuando finalmente se aproximó<br />

un hombre sucio y mal encarado que preguntó al alfarero, Tiene algún<br />

problema, necesita ayuda, le doy un empujoncito, puede ser cosa de la<br />

batería. Ahora bien, si hasta incluso los ánimos más fuertes tienen<br />

momentos de irresistible debilidad, que es cuando el cuerpo no<br />

consigue comportarse con la reserva y la discreción que el espíritu<br />

durante años le ha ido enseñando, no deberemos extrañarnos de que<br />

la oferta de auxilio, para colmo procedente de un hombre con toda la<br />

pinta de asaltante habitual, hubiese tocado la cuerda más sensible de<br />

Cipriano Algor hasta el punto de hacerle asomar una lágrima en el<br />

rabillo del ojo, No, muchas gracias, dijo, pero a continuación, cuando<br />

el obsequioso cirineo ya se apartaba, saltó de la furgo<strong>net</strong>a, corrió a<br />

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