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Saramago, Jose - La caverna - Telefonica.net

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campo, donde se avistaban aquellos árboles juntos, oculto por los<br />

zarzales, está el tesoro arqueológico de la alfarería de Cipriano Algor.<br />

Cualquiera diría que han pasado mil años desde que se descargaron<br />

allí las últimas sobras de una antigua civilización.<br />

Cuando a la mañana siguiente de su día de descanso Marcial bajó del<br />

piso treinta y cuatro para presentarse en el servicio ya como guarda<br />

para todos los efectos residente, el apartamento estaba arreglado,<br />

limpio, en orden, con los objetos traídos de la otra casa en los lugares<br />

apropiados y a la espera de que lo s habitantes comiencen, sin<br />

resistencia, a ocupar también los lugares que en el conjunto les<br />

competen. No será fácil, una persona no es como una cosa que se deja<br />

en un sitio y allí se queda, una persona se mueve, piensa, pregunta,<br />

duda, investiga, quiere saber, y si es verdad que, forzada por el hábito<br />

de la conformidad, acaba, más tarde o más pronto, pareciendo<br />

sometida a los objetos, no se crea que tal sometimiento es, en todos<br />

los casos, definitivo. <strong>La</strong> primera cuestión que los nuevos habitantes<br />

tendrán que resolver, con excepción de Marcial Gacho que seguirá en<br />

su conocido y rutinario trabajo de velar por la seguridad de las<br />

personas y de los bienes institucional u ocasionalmente relacionados<br />

con el Centro, la primera cuestión, decíamos, será encontrar una<br />

respuesta satisfactoria a la pregunta, Y ahora qué voy a hacer. Marta<br />

lleva a sus espaldas el gobierno de la casa, cuando le llegue la hora<br />

tendrá un hijo que criar, y eso será más que suficiente para<br />

mantenerla ocupada durante muchas horas del día y algunas de la<br />

noche. No obstante, siendo las personas, como arriba quedó señalado,<br />

aparte de sujetos de un hacer, también sujetos de un pensar, no<br />

deberemos sorprendernos si ella llega a preguntarse, en medio de un<br />

trabajo que ya le hubiese ocupado una hora y todavía le tenga que<br />

ocupar otras dos, Y ahora qué voy a hacer yo. En todo caso, es<br />

Cipriano Algor quien se encuentra confrontado con la peor de las<br />

situaciones, la de mirarse las manos y saber que ya no sirven para<br />

nada, la de mirar el reloj y saber que la hora que viene será igual a<br />

esta que está, la de pensar en el día de mañana y saber que será tan<br />

vacío como el de hoy. Cipriano Algor no es un adolescente, no puede<br />

pasarse el día tumbado en una cama que apenas cabe en su<br />

pequeñísimo cuarto, pensando en Isaura Madruga, repitiendo las<br />

palabras que se dijeron el uno al otro, reviviendo, si se puede dar tan<br />

ambicioso nombre a las inmateriales operaciones de la memoria, los<br />

besos y los abrazos que se habían dado. Gente habrá que piense que<br />

la mejor medicina para los males de Cipriano Algor sería que bajara<br />

ahora al garaje, se metiese en la furgo<strong>net</strong>a y fuera a visitar a Isaura<br />

Madruga, que, a buen seguro, estará pasando, allí lejos, por iguales<br />

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