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I Congreso Internacional de Periodismo 55<br />

procedimientos retóricos y no de verdaderas imprecisiones de información, como en este fragmento de su<br />

perfil de Nicanor Parra: “Es un hombre, pero podría ser otra cosa: una catástrofe, un rugido, el viento (…)<br />

Es un hombre, pero podría ser un dragón, el estertor de un volcán, la rigidez que antecede a un terremoto”<br />

(Guerriero, 2013, p. 12).<br />

Lejos de asumir con resignación la duda en sus textos, Guerriero tensiona permanentemente los límites del<br />

cronista para conocer al otro.<br />

Están las versiones contrapuestas, imposibles de confirmar porque los verdaderos protagonistas de las historias<br />

han desaparecido, como ocurre en el relato sobre Idea Vilariño:<br />

Se dice mucho.<br />

Que idea no pensaba demasiado en sus hermanos. Que Idea se esforzaba por ayudar a sus hermanos. Que Idea<br />

se esforzaba por ayudar a sus hermanos. Que Idea sentía veneración por su hermana Poema. Que en los últimos<br />

años, cuando vivieron juntas, Idea la trataba mal. Se dice mucho” (Guerriero, 2013, p. 54).<br />

Ocurre también que los propios protagonistas no son confiables en sus testimonios, como Facundo Cabral:<br />

“Los problemas de su pierna derecha tienen diversos orígenes: en los años ’80 se debían a un accidente automovilístico;<br />

en los ’90, a una debilidad congénita. Ahora, a dos balazos, gentileza de un marido despechado<br />

en Santo Domingo” (Guerriero, 2013, p. 203).<br />

Y si bien hay historias en que a primera vista parece haber fracasado en la búsqueda -como ocurre en su libro<br />

Suicidas del fin del mundo (2006) o en la crónica sobre Roberto Arlt (2013), una mirada más atenta demuestra<br />

que sólo ha descubierto verdades más complejas de lo que el lector habría esperado al inicio de la historia.<br />

En Suicidas…, por ejemplo, los muertos no compartían un pacto secreto, pero sí una soledad que les dolía<br />

insoportablemente. En la historia de Arlt descubre cómo él mismo ayudó a construir su leyenda de escritor<br />

maldito. La duda, en el caso de Guerriero, es un motivo en el sentido literal y literario: la duda de la cronista<br />

mueve la historia, le permite avanzar en su investigación hasta llegar a un claro entre los árboles. Es cierto que<br />

ese punto no es el final del camino, pero por eso precisamente estos perfiles constituyen crónicas: porque<br />

registran historias que en la vida real continúan abiertas, en construcción.<br />

Julio Villanueva Chang también aborda en sus textos los trucos de la memoria, si bien en su caso la búsqueda<br />

de la verdad sobre el personaje no alcanza las connotaciones existenciales/istas de los relatos de Leila Guerriero.<br />

Tanto él como Alberto Salcedo Ramos se toman las limitaciones de los recuerdos con cierto humor. Así,<br />

en su texto “La señora del café y el señor de los enchufes” (2015), Villanueva Chang revela que sus personajes<br />

no están seguros de todo lo que cuentan: “No se acordaba del apellido de la Señora que Limpiaba Retretes.<br />

En Tres Cruces, la memoria del detalle es neblinosa. Recuerdas episodios estelares, olvidas los nombres completos.<br />

Es una memoria emotiva, dramática, anecdótica” (Villanueva, 2015, s/p).<br />

En su perfil sobre Kapuscinski se hacen evidentes las limitaciones de acceso que tiene el entrevistador frente<br />

al entrevistado. Ya el foco de la crónica es una concesión a estas dificultades: el cronista se propone saber qué<br />

lee Kapuscinski, dado que cualquier indagación mayor sobre su vida o sus pensamientos demandaría horas de<br />

conversación que el entrevistado no tiene. Pero incluso así, el personaje se muestra distraído, esquivo:<br />

Para escribir Ébano, Kapuscinski dice haber devorado una biblioteca de doscientos libros sobre asuntos africanos.<br />

También recuerda haber leído catorce mil páginas antes de escribir un libro sobre Crimea. Todo lo que me cuenta<br />

es excesivo. Kapuscinski vuelve a mirar de reojo su reloj y empieza a responderme con evasivas: no recuerda cuál<br />

fue su primer buen libro, se rehúsa a hacer una lista de los que hubiera querido escribir, se olvida de citarme a sus<br />

queridos Conrad y Proust. (Villanueva, 2010, p. 64).<br />

No es la única crónica de Villanueva Chang construida a partir de entrevistas fallidas. En sus historias suele<br />

haber personajes que no quieren hablar -como Herzog, que responde a tres o cuatro preguntas en un pasillo<br />

del diario El Comercio de Lima- o que hablan de cosas que no importan. El dentista de García Márquez que

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