ACTAS

I Congreso Internacional de Periodismo 83
“-¿Por qué viniste, Ale?
-Para conocer mundo –dijo Ale, cuando le pregunté.
-¿Conocés otras partes de China?
-Una vez fui Pekín, con abelo. Vi palacio, y eso de paredes largas… cómo dice…
-La muralla china.
-Sí. Mú rá yá. Mucho año, mil y pico, era de rey. Lindo Pekín, pero ciudad grande. Mi ciudad, chica, entre campo y
ciudad. A veces mejor vive campo, otra mejor vive ciudad. Depende carácter.”
Es un juego que, aparentemente pone a Leila Guerriero, y al lector (si es que habla español) por encima de
su personaje: una habla correctamente, y el otro no. Una actúa como adulta y el otro se oye como si fuera un
niño. Por mucho que la autora esté tratando de ponerse al nivel del personaje, queda evidente que el monolingüismo
del dominante quiere decir, además, otra cosa: “no se habla más que una lengua, y no se la posee.
Nunca se habla más que una lengua, y ésta, al volver siempre al otro, es disimétricamente, del otro, el otro la
guarda. Venida del otro, permanece en el otro, vuelve al otro”. (Derrida, 59)
Sin embargo, hay un momento de la crónica en que Leila trata de ponerse en el lado opuesto, ser ella el otro.
En una de sus visitas al supermercado, ella trata de decirle “amigo chino” en chino, según las instrucciones que
le ha dado un amigo argentino que habla mandarín. La cronista dice:
“-Chúnguo panguió.
(Ale) Me mira desconcertado. Probablemente, he dicho una barbaridad. Hay idiomas así, en los que la entonación
transforma un saludo en insulto, y por lo que sé el chino es uno de ellos. El sonido i, por ejemplo, quiere decir uno
o varios cientos, dependiendo del tono y la intención.
-¿Cómo? –dice Ale, acercándose, y me apuro a explicarle que quise decir “amigo chino” en chino. Se diga como
se diga.
Ale toma un papel, un lápiz, y dice: “no, no chúnguo”.
-Escribe así: Zhong Guo Peng You.
Nos reímos.”
En este pasaje, Leila vive por tres segundos la sensación de no ser entendida, de ser como una niña. El maestro
ahora es Ale. La estrategia de transcribir literalmente cobra en la escritura el papel que tiene el acento
extranjero en la lengua hablada. En un taller que tomé con Leila Guerriero en 2009 en la Ciudad de México,
ella explicaba su método: “Yo grabo todo y transcribo tal cual habla la gente y no le mejoro la forma en la que
habla la gente. Confío en que la forma en que habla la gente también es información. Una persona con un
título universitario del DF no es igual a una mujer nacida en Mexicali y que trabaja como doméstica. La forma
en que hablan las personas te dicen muchísimas cosas que tienen que ver con el lugar en el que esa persona
vive, la procedencia social, digamos a qué clase entre comillas pertenece; yo no le mejoro en absoluto la forma
de hablar”.
Sin embargo, Leila insistía en que eso no quiere decir, en absoluto, que el texto sea una transcripción notarial,
o literal de principio a fin, sino una construcción que se convierte en un arma del escritor. “Incluso las entrevistas
pregunta-respuesta, no deberían ser la transcripción notarial de una entrevista como si fuera la realidad.
Eso también es un artefacto armado. (…) Hay otro pecado radical, además del no inventar, que es aburrir a un
lector. Esas son las dos cosas en las que uno no puede de ninguna manera incurrir. Esto no es periodismo con
adornos. Esto es periodismo. Sin un buen reportero de base no hay relato posible”.
En la crónica, la metaentrevista, es decir, narrar el momento en que el periodista está entrevistando al entrevistado,
es el recurso narrativo que subyace en esta operación. El hecho de que ésta sea la primera intervención
del personaje, en el primer párrafo del texto, establece las reglas del juego. Al momento de hacer esta entre-