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I Congreso Internacional de Periodismo 87<br />

La crónica está atravesada por la dificultad para ser migrante, el tema del racismo impregnado desde la justicia<br />

hasta las presas compañeras. El cierre del texto es redondo con respecto al principio, en donde Reina aparecía<br />

preguntando en quechua. Esta estructura que relaciona el primer y último párrafos de la crónica muestra una<br />

evolución en el personaje ligada a la problemática del idioma y envuelta en esa sensación de ternura, al mismo<br />

tiempo impotencia, pero ternura al fin y al cabo, que envuelve a la protagonista del relato: creer que la causa<br />

de todos sus problemas tiene que ver con no hablar español. En el cierre del texto, cuando Reina cuenta que<br />

está yendo a aprender a leer y termina tratando de recitar todas las vocales sin lograrlo, se mantiene el norte<br />

que guía toda la narración: la idea de las barreras lingüísticas del monolingüismo, que en términos de Derrida<br />

implica la paradoja de adueñarse de la lengua del otro (la lengua como Ley): “El monolingüismo del otro sería<br />

en primer lugar esa soberanía, esa ley llegada de otra parte, sin duda, pero también y en principio la lengua<br />

misma de la Ley. Y la Ley como Lengua. Su experiencia sería aparentemente autónoma, porque debo hablar<br />

esta ley y adueñarme de ella para entenderla como si me la diera a mí mismo; pero sigue siendo necesariamente<br />

–así lo quiere, en el fondo, la esencia de toda ley- heterónoma” (Derrida, 1997:58).<br />

El cierre de la crónica no da respuestas, sino que la propia subjetivación del texto se convierte en un agenciamiento<br />

que genera reflexión sobre qué habría pasado si Reina hubiera hablado español, y si esas herramientas<br />

para defenderse habrían sido suficientes para apagar todas las vulnerabilidades que personifica en su cuerpo:<br />

ser mujer, boliviana, indígena, analfabeta y migrante.<br />

Conclusión<br />

Por su condición, tanto Ale como Reina son una metonimia de cómo el fenómeno generalizado de la migración<br />

es parte de la crisis sistémica de la globalización que impacta irresolublemente en un proceso de fractura<br />

social en la actualidad. La desaparición del cronista para lograr revelar este fenómeno no se encuentra en la<br />

prosa (en la que la presencia del autor es evidente) sino en la forma extendida en que se realiza el reporteo a<br />

través de un trabajo de campo largo que consiste más en el arte de mirar que en el arte de hacer preguntas,<br />

lo que permite generar con el tiempo, con muchísima paciencia, las condiciones para crear una subjetivación<br />

que realmente permita reflexionar sobre problemáticas globales a partir de ejemplos locales. A Leila Guerriero,<br />

escribir el texto le requirió de una docena de encuentros con Ale. A Nathalie Iriarte, le exigió dos años de<br />

investigación y una docena de entrevistas con Reina.<br />

En ambas crónicas queda evidente que las condiciones de posibilidad de representación política contemporánea,<br />

como la alteridad, la diferencia, la diversidad o la multiculturalidad, no generan condiciones de disenso<br />

como una forma de enunciación que favorece el carácter crítico de la democracia, sino que producen una<br />

zona de indefinición que es ocupada por las lógicas del conflicto y la producción de violencia sistémica que,<br />

en términos sociales y económicos se efectúa como precarización de la existencia. En ambas, la subjetivación<br />

autoral sirve para explorar la siguiente paradoja de los regímenes políticos democráticos: al mismo tiempo<br />

que normalizan la subjetividad (el migrante chino que pone un supermercado, la migrante boliviana que se<br />

somete a las leyes argentinas), producen formas de violencia y exclusión donde el no dominio del idioma<br />

produce imaginarios que generan formas del control social sobre los individuos, de acuerdo al principio de<br />

vidas prescindibles o nula vida.<br />

En ambos textos queda evidente que el régimen dominante, el capitalismo tardío o la globalización, ha producido<br />

formas de administración de las singularidades, de forma que el control de los individuos considerados<br />

“diferentes” y de sus afectos se produce mediante sistemas imaginarios y simbólicos ya sea por las formas<br />

económicas, por los regímenes culturales de representación o por los modos jurídicos y políticos de enunciación.<br />

Estas formas, legitimadas desde el poder, producen exclusión (Spivak, 2013), que es, en todos los casos,<br />

un asunto inseparable de lo político.<br />

El escritor de no ficción no es Dios. Cuando narra, no crea el mundo, no especula, no funde varias percepciones,<br />

no fabrica sucesos, atmósferas, personajes. Su tarea es mucho más terrenal: a diferencia del novelista,

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