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El-sexto-sentido-Ordinales-4-Phavy-Prieto

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—¿Eso quien lo dictamina?, ¿Usted?, ¿O ella? —ironizó Susan—, porque le

aseguro que se puede conseguir exactamente lo mismo sin necesidad de

marcar la piel de una pobre criatura indefensa.

En ese momento Susan juraría que vio como el semblante del duque

cambiaba, incluso giró el rostro hacia la chimenea desviando su mirada.

Aprovechó aquel instante para liberarse del agarre de las pequeñas y

deslizarse por la cama hasta tocar el suelo y ponerse de pie sin despertarlas.

—La señora Edna ha criado a varias hijas y se puede decir que la educación y

reputación de todas ellas ha sido intachable —contestó fijando la mirada en

las brasas que aún quedaban de la chimenea.

—¿Es eso lo único que quiere de sus hijas?, ¿Qué sean respetables y

educadas al precio que sea?

—¿A qué se refiere? —preguntó alzando la vista hacia ella.

—Jamás vi a ninguna de esas damas sonreír o ser feliz —decretó Susan

siendo sincera—. ¿Es eso lo que desea para sus hijas? Porque si es eso lo que

desea, le advierto que no seré participe de ello y me negaré a darle ese

heredero que tanto quiere.

En aquel momento la cara del duque pasó a una tez roja inusual y Susan

habría jurado que podría estrangularla allí mismo si quisiera.

—¿Quién se ha creído que es para negarse a concederme tal cosa? —exclamó

acercándose a ella y la agarró de los brazos lo suficientemente fuerte para que

no se escapara.

Susan sabía que le había enfurecido y no se le ocurría nada para que, en lugar

de empeorar las cosas, éstas se arreglasen. En ese momento le miró fijamente

y pensó que a pesar de aquel semblante sobrio y sombrío era un hombre

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