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El-sexto-sentido-Ordinales-4-Phavy-Prieto

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Así lo había imaginado, tenía que suceder de esa bella y hermosa forma

porque no podía ser de otra, solo que después de desearle las buenas noches a

las pequeñas que ya estaban acostadas, de quitarse pacientemente su vestido

y colocarse uno de sus camisones de seda y pasear durante varios minutos a

la espera de que su marido llegase, escuchó una puerta abrirse y cerrarse

comprobando que no era la de su recámara, sino la que existía adyacente a

ésta. Esperó a sentir los pasos que se dirigían hacia la puerta que tenían en

común, anheló porque esa puerta se abriera, pero ante el absoluto silencio que

se produjo instantes después, supo que no lo haría… que lord Buccleuch no

pasaría esa noche junto a ella.

¿Por qué? Era la pregunta que Susan no cesaba de repetirse una y otra vez

con cada lágrima que salía de sus ojos mientras observaba como el fuego de

la chimenea se consumía sentada de rodillas sobre la alfombra que había

frente a ella. ¿Por qué en el momento más feliz de su vida él la castigaba de

aquella forma?

De algún modo se auto-convenció que aquello se debía a que desconfiaba de

ella, que aquella mentira piadosa probablemente le había hecho creer que

podría mentir en cualquier cosa y quizá solo tenía que demostrarle que no era

así, que jamás había osado mentir absolutamente en nada. Necesitaba que

volviera a ella y ahora más que nunca se daba cuenta de que no podía vivir

sin el roce de sus caricias o sin que sus labios la deleitaran. Le necesitaba. Por

mucho que doliera reconocerlo, le añoraba y sentía que él le hacía falta casi

tanto como el aire que respiraba.

Aaron aún no era capaz de saber si era o no feliz de conocer la noticia sobre

el embarazo de su esposa. En el instante que aquella palabra rozó sus oídos

perforando sus pensamientos solo fue consciente de una cosa; no quería

perderla. No a ella. No a Susan.

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