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El-sexto-sentido-Ordinales-4-Phavy-Prieto

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descendencia que él, le hacían correr ese riesgo de nuevo y buscar el ansiado

heredero del apellido y ducado Buccleuch.

Si Susan le daba ese varón, si su esposa por fin le diera lo que tanto anhelaba,

a Dios ponía por testigo que no le haría volver a pasar de nuevo ese tormento

y que jamás volvería a dejarla embarazada, pero rogaba al cielo que viviera al

parto, que se quedase con él y que no pagara por sus pecados.

Aquella mañana Aaron se despertó más temprano incluso de lo habitual,

probablemente porque no había descansado bien y porque tras varias semanas

durmiendo en la misma cama que la de su esposa de un modo u otro la

extrañó. Se había acostumbrado a la tibieza de su cuerpo, a esa sedosa piel

que le encantaba acariciar y lo cierto es que no tenerla, no poseerla, había

conseguido que no pudiera conciliar un sueño profundo. Le esperaban largos

meses de agonía sumado a la preocupación que de por sí existía por el parto.

Lo mejor era ocupar su mente con trabajo, probablemente le diría al duque de

Sylverston que era mejor aplazar lo que pretendía hacer con sus negocios, tal

vez justo ahora le vendría bien no tener que delegar en nadie y asumir

absolutamente el control de todo para no tener tiempo alguno de pensar en su

bella esposa y en las consecuencias desastrosas que podría acabar aquello.

—Buenos días excelencia. —Anunció la señora Edna entrando en el comedor

un tanto sorprendida.

Probablemente era la primera vez que Aaron madrugaba tanto, y más aún que

tomaba su desayuno a esas horas porque la mayoría de ocasiones lo había

hecho en su despacho.

—Buenos días señora Edna —contestó con el mismo tono formal con el que

siempre se dirigía hacia la que fue su suegra.

—Imagino que si se ha levantado tan temprano es porque tiene asuntos

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