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El-sexto-sentido-Ordinales-4-Phavy-Prieto

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—Cierra la puerta y siéntate —escuchó Susan en aquel tono de seriedad que

podía llegar a ser escalofriante.

Susan cerró con cautela la puerta y se dirigió hacia una de las sillas que había

frente a aquella enorme mesa. En cuanto lo hizo alzó la vista y vio que él la

observaba.

—¿Para qué me ha citado aquí? —preguntó siendo consciente de que sus

manos comenzaban a exudar por la tensión del momento.

—Quería comunicarle personalmente que he decidido hacerla responsable de

la educación de mis hijas —contestó en un tono neutro que no dejaba atisbo a

descubrir si aquellas palabras las decía como una orden que no podría

rechazar o porque realmente sentía que en sus manos las pequeñas estarían

mejor.

—No entiendo —contestó Susan anonadada—. ¿Quiere que yo eduque a sus

hijas?, ¿Qué ocurrirá entonces con la señora Edna? —preguntó sorprendida.

—La señora Edna se quedará como compañía y supervisará que hace bien su

función. Usted misma dijo anoche que podría conseguir los mismos

resultados en la educación de una joven sin necesidad de ser tan estricto, por

lo que le concederé seis meses para ver si es capaz de lograrlo.

—¿Y qué pasará si no lo consigo o no considera que mis formas sean

adecuadas? —exclamó atónita.

—Entonces creeré que la señora Edna tenía razón y dejaré que ella las eduque

bajo sus estrictas normas incluyendo sus severos castigos —contestó sin

observarla.

El pulso de Susan se aceleró y casi quiso gritar que era un hombre insensible

y sin corazón. Se levantó de un solo movimiento y dio un manotazo sobre la

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