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El-sexto-sentido-Ordinales-4-Phavy-Prieto

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No podía negar que era cierto lo que aquella pequeña decía y tal vez no

podría cambiar el pasado, pero si el presente y por ende el futuro de aquellas

dos inocentes niñas. Ella no era como esas damas remilgadas, jamás se había

acercado mínimamente a serlo. No le importaban tanto las normas, las

etiquetas o lo que pudieran decir, a la vista estaba que había estado a punto de

no casarse por tal de esperar a que llegara el amor a su vida y jamás le había

importado ser una solterona el resto de su existencia.

—Probablemente la señora Edna os advirtió porque hay algunas damas de la

alta sociedad que prefieren esperar a tener sus propios hijos para ser llamadas

madres —contestó tratando de suavizar sin perjudicar el honor de lady

Rebecca que después de todo era la madre de la pequeña Diane—. Estoy

segura de que eso fue lo que le ocurrió a lady Rebecca —añadió con dulzura

mirando a la más pequeña de las dos hijas del duque—, pero yo me sentiré

orgullosa de que desees llamarme madre, y tú también si lo deseas —dijo

mirando entonces a Madeleine.

Eran tan pequeñas, tan frágiles, tan susceptibles, tan sumamente inocentes,

que le daba tristeza como aquella mujer había intentado manipularlas con

viejas costumbres odiosas. Lo más bonito y dulce de un niño era que

explorase esa inocencia y dulzura hasta que llegase la edad donde

verdaderamente las normas comenzasen a imponerse. Jamás habían tenido

una figura materna real. Las dos habían corrido la desgracia de perder a sus

madres nada más nacer, ¿Qué era para ella darles al menos un atisbo de ese

sentimiento al que jamás podrían tener acceso? Nunca podría suplir la

identidad de sus verdaderas madres, pero sabía que haría cuanto pudiera por

acercarse, aunque solo fuera un poco, a ese amor que le habrían profesado de

seguir con vida.

—¡Te dije que ella era diferente! —exclamó sonriente la pequeña Diane.

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