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Hubbard, L. Ronald - Dianética - masoneria activa biblioteca

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Una ciencia de la mente es una meta que ha absorbido a miles de generaciones<br />

humanas. Ejércitos, dinastías y civilizaciones enteras han perecido por carecer de ella.<br />

Roma se hundió en el polvo por no tenerla. China nada en sangre por falta de ella. Y<br />

abajo, en el arsenal, hay una bomba atómica con su esperanzado morro totalmente<br />

armado, ignorante de ella.<br />

Ninguna búsqueda se ha llevado a cabo más incesantemente ni ha sido más<br />

violenta. Ninguna tribu primitiva, no importa lo ignorante que sea, ha dejado de<br />

reconocer el problema como un problema ni ha dejado de presentar, al menos, un<br />

intento de formularla. Hoy en día encontramos al aborigen australiano sustituyendo<br />

una ciencia de la mente por un "cristal mágico curativo." El chamán de la Guayana<br />

Británica sustituye las leyes mentales verdaderas por su canto monótono y su cigarro<br />

consagrado. El rítmico tambor del hechicero de Goldi sirve para aliviar la falta de<br />

sosiego en los pacientes, a falta de una técnica adecuada.<br />

Sin embargo, la edad de oro ilustrada de Grecia no tenía más que superstición en<br />

su principal sanatorio para enfermos mentales: el templo de Esculapio. Lo máximo<br />

que los romanos podían hacer por la tranquilidad de espíritu de los enfermos era<br />

apelar a los penates, las divinidades domésticas, u ofrecer un sacrificio a Febris, diosa<br />

de las fiebres. Y siglos después, podía encontrarse a un rey inglés en las manos de<br />

exorcistas que intentaban curar sus delirios expulsando a los demonios fuera de él.<br />

Desde los tiempos más antiguos hasta la actualidad, en la tribu primitiva más<br />

tosca o en la civilización más magníficamente ornamentada, el hombre se ha<br />

encontrado en un atemorizado estado de desamparo cuando se le presentaban<br />

fenómenos de aberraciones o enfermedades extrañas. Su desesperación, en sus<br />

esfuerzos por curar al individuo, apenas ha variado en toda su historia, y hasta que se<br />

rebasó la mitad del siglo XX, los porcentajes de alivio en lo que respecta a<br />

desarreglos mentales individuales son equiparables a los éxitos de los chamanes al<br />

enfrentarse a los mismos problemas. Según un escritor moderno, el único avance de la<br />

psicoterapia era dar alojamientos limpios a los locos. En cuanto a la brutalidad en el<br />

tratamiento del demente, los métodos del chamán o de Bedlam han sido sobrepasados<br />

por las técnicas "civilizadas" de destruir tejidos nerviosos con la violencia del<br />

electrochoque y la cirugía, tratamientos que los resultados obtenidos no disculpaban,<br />

y que no habrían sido tolerados en la sociedad primitiva más miserable, ya que<br />

reducen a la víctima al mero automatismo, destruyendo la mayor parte de su<br />

personalidad y ambición, y dejándola en nada más que un animal manejable. Lejos de<br />

una denuncia de las prácticas del "neurocirujano" y del punzón que clava y retuerce<br />

en las mentes enfermas, estas prácticas se mencionan sólo para demostrar la profunda<br />

desesperación a la que el hombre puede llegar al enfrentarse con el problema,<br />

aparentemente irresoluble, de las mentes trastornadas.<br />

En la esfera más amplia de las sociedades y naciones, la falta de esta ciencia de<br />

la mente jamás fue más evidente, porque las ciencias físicas, al avanzar<br />

irreflexivamente mucho más allá de la capacidad del hombre para comprender al<br />

hombre, le han dotado de armas perfectas y terribles que sólo esperan otro estallido de<br />

la locura social de la guerra.<br />

Estos problemas no son leves; se encuentran en el camino de cada hombre;<br />

esperan en compañía de su futuro. Mientras que el hombre ha reconocido que su<br />

principal superioridad sobre el reino animal era una mente pensante; mientras que<br />

comprendía que su mente era su única arma, ha buscado, reflexionado y postulado en<br />

un esfuerzo por encontrar una solución.

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