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Requena Sáez, María del Corpus_5.pdf - RUA - Universidad de ...

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pretendía haber introducido, por fin, el realismo en la tragedia con La muerte <strong>de</strong> César, pocos<br />

años más tar<strong>de</strong>. Pero <strong>de</strong>sgraciadamente la significación genuina <strong><strong>de</strong>l</strong> término no fue bien<br />

interpretada: cuando Tamayo afirmaba que no todo lo que es verdad en el mundo tiene un<br />

lugar en el teatro, estaba hablando en nombre <strong>de</strong> toda su época y el punto <strong>de</strong> vista general era<br />

que la presentación <strong>de</strong> una realidad sin embellecerla sería <strong>de</strong>primente, antiartística y<br />

probablemente inmoral. Éste es el argumento, por ejemplo, <strong>de</strong> un característico artículo <strong>de</strong><br />

Alarcón escrito en 1857 a propósito <strong>de</strong> la obra <strong>de</strong> Ortiz <strong>de</strong> Piñedo, Los pobres <strong>de</strong> Madrid.<br />

Era, <strong>de</strong>cía Alarcón horrorizado, un aspecto <strong>de</strong> la verdad ‘tomando en crudo, presentando al<br />

natural sin darse el trabajo <strong>de</strong> componerlo, <strong>de</strong> agregarle algún aliño, <strong>de</strong> cumplir con la<br />

obligación <strong>de</strong> todo arte’. El arte, insistía, <strong>de</strong>be ser algo más que simplemente ‘una ventana<br />

con vistas a la calle’. El mismo problema acuciaba a Palacio Valdés cuando escribió en 1871<br />

su semblanza <strong>de</strong> Castro y Serrano, y nada hay más revelador que comparar este artículo con<br />

el <strong>de</strong> Alarcón, escrito doce años antes. Palacio observa que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, se ha abierto un<br />

<strong>de</strong>bate entre realistas e i<strong>de</strong>alistas, don<strong>de</strong> <strong>de</strong>fien<strong>de</strong> resueltamente a los primeros, pese a que elija<br />

<strong>de</strong> un modo bastante curioso las obras que consi<strong>de</strong>ra representativas (El tren expreso <strong>de</strong><br />

Campoamor, Idilio <strong>de</strong> Núñez <strong>de</strong> Arce y Marianela <strong>de</strong> Galdós). Pero apenas empezamos a<br />

leer, nos encontramos con la vieja, gastada, distinción entre ‘el realismo <strong>de</strong> la vida’ y ‘el<br />

realismo <strong><strong>de</strong>l</strong> arte’ y volvemos <strong>de</strong> nuevo casi al mismo punto <strong>de</strong> partida. Valera, a pesar <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> Juanita la larga como ‘una reproducción [fotográfica] <strong>de</strong> hombres y cosas <strong>de</strong><br />

la provincia en que yo he nacido’, partía exactamente <strong><strong>de</strong>l</strong> mismo punto <strong>de</strong> vista que Palacio, y<br />

Pereda, a su vez, <strong>de</strong>finía el Realismo como ‘la afición a presentar en el libro pasiones y<br />

caracteres humanos y cuadros <strong>de</strong> la naturaleza, <strong>de</strong>ntro <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>de</strong>coro <strong><strong>de</strong>l</strong> arte’. Queda claro,<br />

pues, que antes, y quizá durante los años setenta, apenas se había concebido atención a la i<strong>de</strong>a<br />

<strong>de</strong> pintar la realidad lo más objetivamente posible, sin ninguna clase <strong>de</strong> embellecimiento moral<br />

o estético (lo que los críticos ‘i<strong>de</strong>alistas’, o como ellos preferían llamarse: ‘espiritualistas’,<br />

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