Requena Sáez, María del Corpus_5.pdf - RUA - Universidad de ...
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permite aplicaciones nuevas <strong>de</strong> sus cualida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> artista, le hace ver algo <strong>de</strong> lo inexplorado o<br />
<strong>de</strong>sconocido que hay siempre en todas las cosas, como <strong>de</strong>cía Maupassant (ibid., pp. 28-29).<br />
Por eso hay que cultivar la nota propia y, más que cultivarla, <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rla contra la absorción<br />
<strong>de</strong> otros espíritus, contra la influencia <strong>de</strong>primente, vulgar, <strong>de</strong> la masa, contra la ten<strong>de</strong>ncia<br />
uniformadora <strong><strong>de</strong>l</strong> medio.<br />
La originalidad y la personalidad tienen dos extremos, que no se <strong>de</strong>ben ignorar, la<br />
racionalidad y la verdad: “Es uno la racionalidad <strong>de</strong> las particularida<strong>de</strong>s subjetivas, que<br />
excluye <strong><strong>de</strong>l</strong> campo <strong><strong>de</strong>l</strong> arte las extravagancias <strong>de</strong> cada cual, a veces, sin duda, muy<br />
originales” (ibid., p. 29), las extravagancias que hacen que la “nota propia” lleve al artista a<br />
lo más disparatado y antiestético en sus invenciones como “si la obra <strong>de</strong> arte valiera ante todo,<br />
por la diferencia <strong>de</strong> su fondo o <strong>de</strong> su forma respecto a las <strong>de</strong>más”. Entonces, si esto fuera así,<br />
los mejores artistas serían los visionarios, los locos y los atacados <strong>de</strong> ciertas enfermeda<strong>de</strong>s<br />
nerviosas”. El otro extremo es la verdad, porque si el artista sacrifica todo al afán <strong>de</strong> parecer<br />
nuevo: “En lugar <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>r a la realidad <strong>de</strong> las cosas, aten<strong>de</strong>rá a lo que otros dicen, para<br />
<strong>de</strong>cir lo contrario y <strong>de</strong> un modo distinto, sea cual fuese. Atisbará el momento propicio para<br />
épater le bourgeois con alguna salida inesperada, que el vulgo creerá fruto <strong>de</strong> la<br />
espontaneidad más admirable, pero que <strong>de</strong> fijo ha sido preparada con ‘precipitación’ [...] El<br />
artista per<strong>de</strong>rá la sinceridad, atendiendo a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r no lo que le parezca cierto, sino lo que<br />
crea más llamativo. Cultivará el ingenio, poniéndole sobre toda otra cualidad <strong><strong>de</strong>l</strong> espíritu, y a<br />
fuerza <strong>de</strong> ingenio triunfará en la opinión <strong>de</strong> las gentes, pero divorciándose muy a menudo <strong>de</strong> la<br />
verdad <strong>de</strong> las cosas. Brillarán sus escritos, sus discursos, sus versos, pero serán inútiles para<br />
la obra positiva, firme, <strong><strong>de</strong>l</strong> pensamiento humano” (ibid., p. 30). Es importante que los<br />
artistas <strong>de</strong> talento no se <strong>de</strong>jen llevar por el arribismo <strong>de</strong> la gloria, <strong>de</strong> la notoriedad, a costa <strong>de</strong><br />
la codiciada originalidad: “Cada vez que veo a un joven <strong>de</strong> talento enfrascado en ese camino,<br />
me dan ganas <strong>de</strong> gritar un “¡Muera la originalidad!” El grito será paradójico; pero, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong><br />
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