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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />
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nes de la Inmaculada Concepción, fue quien lanzó la polémica idea de cambiarle el nombre a la<br />
ciudad, él, don Lázaro, se mantuvo firme con la filosofía de respetar las decisiones y las ideologías<br />
que forman el mosaico social donde nació <strong>Celaya</strong>. Cualquiera se da cuenta que para el líder religioso<br />
de un pueblo, aun cuando en su mayoría no sea católico, no es fácil asumir una actitud ni a favor<br />
ni en contra de algo que, si bien parecía romántico y tal vez generoso, no iba a contribuir cabalmente<br />
a la reconciliación de temas ya ampliamente debatidos y cancelados, acaso para siempre, en las<br />
antiguas páginas de una historia que le costó odio, sangre y enfrentamieto a México, en la segunda<br />
mitad del siglo XIX, cuando las Leyes de Reforma dieron pie para lo uno y lo otro, respecto a las<br />
luchas por imponer una postura, una manera personal de ser Gobierno. El obispo Lázaro sencillamente<br />
hizo lo que tenía que hacer: escuchar la voz de la prudencia, preguntarle una y mil veces al<br />
silencio acerca de su postura frente a tan delicada situación. Entonces habló fuerte, como cuando<br />
reclamaba seguridad a través del noticiero Así sucede, creando otra vez polémica, haciendo que<br />
algunas personas, empeñadas en aquella causa como si fuera la única razón de la existencia, se<br />
desalentaran, dejando lo del nombre de <strong>Celaya</strong> para mejores tiempos. Sin embargo, su actividad<br />
no cesó allí, él continuó utilizando los medios a su alcance para dar opiniones de una y otra índole,<br />
con lo cual atrajo la atención. Su elocución tan clara, didáctica y política en que abundaba desde su<br />
condición de ciudadano y hombre, fue escuchada, seguida con el respeto y la atención que se<br />
merece quien ha leído mucho. Era fama que en su biblioteca había la suma de cuatro o cinco mil<br />
libros bien estudiados y leídos desde sus años de estudiante universitario en Roma. Simpático, de<br />
baja estatura, regordete, con la mirada firme, a nadie le dejaba dudas de que su inteligencia se<br />
hallaba respaldada por una cultura académica paseada desde Yucatán hasta Jalisco, Latinoamérica<br />
y casi toda Europa. La ciudadanía ya hasta se había acostumbrado a esa “campechana” claridad del<br />
yucateco, cuando de pronto, el domingo 17 de febrero del año 2008, a través de El sol del Bajío, anunció<br />
que no hablaría más de cuestiones políticas, porque en dos años de dedicarse a hacerlo, la cosa<br />
pública continuaba igual o peor; nada había cambiado, todos los días era la misma inseguridad, la<br />
misma zozobra, el mismo caudal rasposo de la angustia a que la feligresía tenía que enfrentarse<br />
cada día: robos (aun a las iglesias), crímenes, asaltos, pandillerismo, riñas entre tribus urbanas,<br />
discriminación, “levantones”, secuestros, extorsiones telefónicas, más la supina intolerancia de<br />
unos y otros contra quienes se mostraran diferentes. Pidió perdón a quienes en sus comentarios<br />
escritos y radiofónicos pudo haber ofendido y dio las gracias por haberlo escuchado hablar así<br />
durante tanto tiempo, tras reconocer que en no pocas ocasiones lo traicionó la lengua. Pero ¿a<br />
quién no le juega una trastada este sobado músculo? Ningún ser humano nos escapamos de sus<br />
bromas. Pero en cuanto a la Iglesia y la Política (más en esta última), muchos deberían de seguir el<br />
loable ejemplo de don Lázaro, pues aún hay líderes, ex presidentes, ex diputados, ex alcaldes, ex<br />
senadores, ex “Padres de la Patria”, a quienes en el ocaso de sus días les pasa lo que a los barriles<br />
viejos: sólo les quedan los aros y el mal olor.<br />
Seguramente algunos funcionarios municipales ya respiraban a sus anchas, cuando, de<br />
pronto ¡saz!, don Lázaro volvió a golpearlos con su verbo, mejor dicho a pedirles atención, a recordarles<br />
la responsabilidad de no mentir. El juramento de no hablar más de política lo transgredió<br />
con el reclamo que le hizo al Director de Seguridad Pública por el asalto a un sacerdote, pero ahora