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2010_CEOCB_monografia Celaya.pdf - Inicio

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Floreció el Vergel... Sarita Montoya<br />

adolescente tímido, cosechando y cargando costales hacia una troje vieja, cuando lo descubrió<br />

aquel “amo”.<br />

-Oye, Enedino, ¿quién es ese muchacho flaco que así le mete el lomo a la cosecha? –le preguntó a<br />

su mayordomo.<br />

-Se llama Guadalupe, amo. Guadalupe Montoya. Está tiernito pero es muy bueno para sembrar y<br />

para cosechar. Trabaja sus diez horas...<br />

-Me lo voy a llevar de aquí para la hacienda de Tamayo, échamelo a las enancas de Relámpago, voy<br />

a hablar con sus padres. Mañana, cuando termine el recorrido, volveremos a San Antonio del<br />

Rincón.<br />

Petronilo Montoya, el pobre, homónimo del otro Petronilo, tenía un jacal junto a una<br />

cerca y un pirul. Allí vivía con sus hermanos y su mujer Antonia. Vieron venir al amo y de inmediato<br />

doña Antonia se puso a especular:<br />

-¡Ave María Purísima! -le dijo a su marido-, ¿qué habrá hecho Guadalupe que ya lo vienen a entregar?<br />

¡Dios mío!<br />

Era 1888. Guadalupe andaba por los 16 años: delgadito, esbelto, muy pobre, callado,<br />

analfabeto pero ya maduro, tal vez por la tristeza que significaba, entonces, asumir responsabilidades<br />

muy pesadas y tareas para enriquecer aún más a los terratenientes como Petronilo el poderoso<br />

y el padre de éste, don Tomás Martínez, Soledad Orozco, Jesús Villaseñor y don Francisco Malagón,<br />

hijo de don Joaquín, dueño y señor de Santa Mónica y Cuerúnero.<br />

El rico Petronilo a esas alturas ya poseía 20 haciendas, aparte de la de Cerano y San<br />

Antonio del Rincón: Cacalote, Panales, Jofre, Juan Martín, San Lorenzo, Tarimoro, Ojo Seco, La<br />

Moncada, Canoas, Huapango, El Puesto, Cañones, Piñícuaro, Maravatío del Encinal, Caracheo, La<br />

Luz, La Quemada, Rincón de las Carretas, Puquichapio, Juan Lucas, El Tigre, Pozo de los Juárez y<br />

la Gavia, que en 1888 le fue vendida a Felipa del Castillo Negrete, casada con Eduardo Romero<br />

Rubio, cuñado de Porfirio Díaz.<br />

Guadalupe era un chiquillo, pero con un corazón que le subía hasta el cielo. Nunca se<br />

había montado en una “chispa”, como la del señor amo, de nombre Catarina (la chispa, no el<br />

sujeto), jalada por dos caballos petacones y conducida magistralmente por los caminos de su<br />

mundo por Bonifacio Retes, hombre de todas sus confianzas. De esta manera, aquélla raíz de los<br />

Montoya se hundió para siempre en la bendita tierra de <strong>Celaya</strong>. Lupe se convirtió en uno de los<br />

trabajadores de aquel rico. Entraba y salía a la casa. Pese a su juventud, podía con los encargos más<br />

difíciles y al poco tiempo logró traerse a sus papás y a los hermanos de su papá a vivir y trabajar<br />

con él: Ramón, José María, Isaac, Aurelia, Luisa y Adelaida. Chepa la cocinera los quería mucho, en<br />

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