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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />
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pasó una parte de su niñez y allí consolidó también aquel secreto deseo de ingresar, un día, al seminario<br />
conciliar, donde conoció al simpático y culto arzobispo de la Ciudad de México don Luis<br />
María Martínez, quien lo impulsó a los conocimientos y la cultura universal que siempre lo acompañó,<br />
y que lo mismo lo hacía traducir del griego que del latín. ¡Cuánto amaba los libros! Él los<br />
buscaba y ellos lo buscaban a él, para que los tradujera y los leyera, los comentara y los amara, los<br />
cuidara y acariciara en tardes de lluvia o en noches de reflexión y de desvelo. Por supuesto que no<br />
le había sido fácil deshacerse de los recuerdos de <strong>Celaya</strong>, ¡qué va! Diez años entre las enredaderas<br />
y los caños de agua nunca se le iban a borrar. Además, los amigos, ésos que no se olvidan, porque<br />
son los primeros que el alma entiende. La primera escuela, aquéllas travesuras, la ciénaga de la<br />
alameda, el riíto, las posadas, los dulces, el jardín. Luis Velasco y Mendoza, pese a que su hermana<br />
Beatriz llegó a ser la esposa del licenciado Miguel Alemán Valdés, Presidente de México, con quien<br />
se casó el 17 de enero de 1931 en la vieja iglesia de San Cosme, siempre se mantuvo al margen del<br />
poder, trabajando, como toda la vida lo había hecho, al lado de su madre. Y aunque no se casó,<br />
jamás se despegó de aquéllas amistades de su primera infancia, como Pedro Espinosa, en cuya casa<br />
vivía los fines de semana y aun temporadas enteras, cuando se dedicó a escribir febrilmente la<br />
Historia de la ciudad de <strong>Celaya</strong>, de amplísimo reconocimiento entre unos y otros.<br />
EL ARRA DE ORO<br />
Alegre, jovial, de un carácter dulce, pasaba por ser una persona de gran erudición y<br />
calidad humana. Además del latín y el griego podía traducir y escribir el francés, sin que jamás<br />
pecara de pedante, pues un alma sencilla y noble es más sencilla y noble en cuanto más conoce. Le<br />
gustaba divertir a sus sobrinos, los hijos del presidente Miguel Alemán Valdés: Jorge, Miguel y<br />
Beatriz., representándoles pequeñas obras en las que él la hacía de todo: lacayo, espadachín,<br />
sacristán, cura, cómico de la legua, declamador y hasta de Luis XIV, rey de Francia. El “Tío Bis”, le<br />
llamaban ellos a aquél dulce ser y honorabilísimo intelecto, que no tuvo hijos propios, pero sí amó<br />
en demasía a los de sus hermanos, tanto como a sus propios padres. “Bis”, en la media lengua de<br />
los niños. “Bis”, en la imaginación de aquellos inocentes que lo veían como una fortaleza y un<br />
consuelo. Les contaba cuentos, les cantaba canciones, impulsándolos con buenos consejos a ser<br />
ciudadanos honestos y valientes, frente a un mundo mexicano que había vivido ya una sangrienta<br />
revolución, la cual él había pasado metido entre los libros y las oraciones del seminario conciliar.<br />
Pero no sólo con los pequeños, Luis Velasco se comportaba como el más ejemplar de los seres de<br />
razón, con sus hermanos hacía lo mismo, preocupándose por ellos, atendiéndolos, cuidándolos,<br />
procurando que nada les faltara, casi con la misma devoción que lo hacía con su mamá. Tal fue el<br />
caso de su hermana Beatriz, con quien vivió la siguiente anécdota: El día de la boda, mientras el<br />
nervioso Miguel Alemán y las demás personas esperaban a la novia en la iglesia de San Cosme, un<br />
agente de tránsito detuvo el auto en el que Luis conducía a su hermana para entregársela al radiante<br />
novio. Era el 17 de enero de 1931. Todo el mundo se preguntaba qué habría sucedido con Beatriz,<br />
y aun el párroco dudaba de que aquella ceremonia fuese a llevarse a cabo.<br />
-¡Dios mío!-exclamaba inquieta doña Columba.<br />
-¿Qué los habrá retrasado así?