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2010_CEOCB_monografia Celaya.pdf - Inicio

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fuerzas se los permitían. Esto fue muy al principio, antes de la aventura que vivió don Patricio allá<br />

en la Barranca de Metlac, del Pico de Orizaba, a mediados de 1845. ¿Qué aventura le ocurrió a don<br />

Patricio Valencia, digna de ser narrada por el propio Miguel de Cervantes Saavedra o algún otro de<br />

esos claros soldados cronistas de los que –dice la fama-: supieron hermanar la espada con la<br />

pluma? Esta es la historia:<br />

Don Patricio Valencia cada año solía hacer un largo viaje al estado de Veracruz a traer<br />

tabaco. Era un proceso complicado, se tardaba dos meses en ir y venir, pero valía la pena, pues él<br />

era el único distribuidor de este producto en el Bajío, por lo que su tienda, la mejor surtida en toda<br />

clase de mercancías de la región, siempre expendía este aromático cultivo mexicano. A él acudían<br />

de todas partes en busca de las achicaladas (maceradas) hojas para hacer pitillos, carrujos. Y don<br />

Patricio tenía que ejecutar el penoso viaje hasta los valles regados por los arroyos que descienden<br />

del volcán Citlaltépetl (citlali, estrella; tépetl, cerro), Cerro de la Estrella, pero llamado popularmente<br />

El Pico de Orizaba. Ese año de 1845, como siempre, se dispuso a marchar, despidiéndose de su<br />

esposa y de sus dos pequeñas: Emeteria de 11 y Antonia de 9 años de edad. Eran los primeros días<br />

de abril y antes de junio estarían de regreso, con las veinte mulas bien cargadas. ¡Veinte! Sí, en esta<br />

ocasión llevarían cinco más, porque ahora hasta de Yuriria, Uriangato, Morelia, León y <strong>Celaya</strong><br />

venían a buscar el producto para fabricar cigarros, a los que en algunas partes denominaban<br />

“churumbelas”, quizá por el tamaño y el parecido con ciertos instrumentos musicales de uso<br />

común en Andalucía.<br />

-Llevaré tres peones más. Ahora seremos siete –le dijo a su mujer-. Quédense tranquilas.<br />

Y doña Guadalupe lo cargaba de santos, medallas y bendiciones, encomendándoselo a<br />

la Virgen del Carmen, a santa Mónica y a san Agustín.<br />

Descansando de pueblo en pueblo, alimentándose bien y alimentando y cuidando a<br />

aquella noble recua, alcanzaron las fértiles llanuras tabacaleras de aquél estado, que alguna vez<br />

incendiara el Siervo de la Nación don José María Morelos, causándole al gobierno virreinal una<br />

pérdida económica de más de veinte millones de pesos. Tanto de ida como de regreso, a fuerza<br />

tenían que atravesar la escalofriante Barranca de Metlac, en las faldas del Pico de Orizaba. Y fue<br />

en ese lugar donde el destino estaba esperando al padre de doña Emeteria para darle todo el oro y<br />

toda la plata que, por siglos, allí había acumulado. Lo mismo en lingotes que en sacos de monedas,<br />

objetos y múltiples alhajas. Los peones arreaban el hato de bestias ya cargadas con los tres fardos<br />

que solían echarle a cada una (uno a cada lado y otro arriba), cuando una de aquéllas acémilas<br />

resbaló y se fue al barranco, tras un espantoso relincho y un golpe seco que rebotó como un eco de<br />

la muerte entre las ramas del profundo abismo.<br />

-¡Choooo!… ¡Choooo! –hizo el hombre.<br />

-¡Choooo!... ¡Choooooooooo! –repitieron los siete empleados.<br />

Emeteria Valencia<br />

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