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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />
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solía llamarse a quienes se dedicaban al arte de entonar y componer melodías-, formada por el<br />
maestro Plácido Medina, de Rincón de Tamayo, hijo del también músico famoso don José María<br />
Medina. Ambos, padre e hijo, tocaban en las misas, conventos, casas principales, haciendas, fiestas<br />
de rancho, bodas, santos, aniversarios, esquinas y plazas públicas, por cuya actividad lograron<br />
hacerse de ahorros suficientes como para pensar en dar un primer paso hacia la integración de lo<br />
que, andando el tiempo, sería el primer modelo o el primer ensayo de una banda municipal en<br />
forma. Cabe señalar que a este grupo de don Plácido Medina fueron invitados de igual manera<br />
músicos “más de oído que de nota”, de las comunidades de Canoas, El Saúz, Rincón de Tamayo y<br />
<strong>Celaya</strong>. En su pueblo no pudieron desarrollar aquel universo de creatividad y sensibilidades<br />
nacidas y forjadas en su talento natural, por lo que buscaron la ciudad, a la que don José María<br />
emigró “con todo y mata”, seguro de que aquí sí triunfaría. Abandonar aquel risueño rincón, el cual<br />
ya era pueblo hecho y derecho desde el 16 de mayo de 1721, no le fue fácil, sobre todo porque allá<br />
se quedarían muchos familiares suyos, dedicados, como la mayoría de los habitantes, a las labores<br />
de la hacienda y hacer carbón para traerlo a vender a la ciudad de <strong>Celaya</strong> o llevarlo en sus burros<br />
aun a las lejanas poblaciones de Salvatierra, Tarimoro y Apaseo. El hijo, más inquieto que el<br />
padre, de inmediato buscó amigos que quisieran tocar con él y así, con Cenobio Paniagua y Zenón<br />
Mancera, formó el conjunto, patrocinando él mismo los instrumentos. Pero su padre, “don<br />
Chema”, no le dio la importancia debida, ya que a él le interesaba más tocar en las iglesias y<br />
componer arpegios a Dios, la Virgen y todos los santos, que andar volando de plaza en plaza y de<br />
pueblo en pueblo “como pájaro sin rumbo”. El grupo deambuló un tiempo por ahí, componiendo<br />
y tocando al aire, a la sombra de los mezquites, o cuando alguien les solicitaba el servicio, fuera<br />
gente de iglesia o de mundo. Sus temas eran el campo, la lluvia, las muchachas, alguna calamidad.<br />
Pero pronto comprendieron que tocar una vez a la semana en el Jardín, les redituaba prestigio y<br />
admiración de los paseantes, quienes poco a poco fueron acudiendo a los conciertos de los lunes y<br />
los fines de semana, a escuchar las melodías que tanto les gustaban, como El Jarabe gatuno,de 1802,<br />
o las Coplas del Chuchumbé, de 1766, y hasta El torito, que ponía en movimiento a todo el mundo,<br />
sobre todo cuando los metales resonaban con ímpetu, acompañando aquello de:<br />
La vaca era colorada<br />
y el becerrito era moro<br />
y el vaquero maliciaba<br />
que era hijo de otro toro.<br />
-Lázalo, hombre<br />
-Ya lo lacé.<br />
-Túmbalo, hombre.<br />
Ya lo tumbé<br />
-Ponle el cabrestro.<br />
-Eso no lo sé.<br />
-Pos si no sabes te enseñaré.<br />
¡Ea! ¡Ea! ¡Ea! Torito ¡Ea!