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2010_CEOCB_monografia Celaya.pdf - Inicio

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SIGLO XVII… LOS AGUSTINOS<br />

Unidos como marido y mujer, el viento y la noche vagaban siguiendo las pisadas de<br />

Rodríguez, quien, tras haber dejada atrás las puertas del convento del renombrado Padre San Francisco,<br />

se dirigía, ahora afligido y pálido, hacia la calle nueva que los padres de la Merced habían<br />

abierto para darle paso a su feligresía, no fueran a desviarse algunos acomodados adonde los<br />

padres franciscanos eran y seguirían siendo los amos y señores de una Fe que a ratos olía más a<br />

manteca rancia que a oración, y a ratos a esa otra crema y nata de tantos españoles avecindados en<br />

la Villa (nombrada muy Noble y Leal Ciudad), desde los tormentosos años de la Fundación aquélla<br />

gran mañana junto al fraile agustino que celebró la misa y luego los acompañó con su prudencia<br />

de hombre justo mientras los estancieros ¡cuarenta o sesenta, qué más da!, con más manga ancha<br />

que defensor de oficio, formaban el Cabildo y nombraban alcalde, cuando los Silva, los Freire, los<br />

Martín, los Pérez Lemus, los Quesada, los Requena, los Jofre y demás hombres de lomos anchos,<br />

unos y de mejillas marcadas a cuchillo, otros (pero todos oliendo a sepulcro abierto al quinto día),<br />

sembraron sus afanes en surcos nunca antes caminados por balancines y colleras a las que les<br />

amarraban cascabeles de los traídos de Flandes o acaso de Sevilla (donde lo mismo te ves en una<br />

fiesta que en una dificultad), sólo por no sentir la tarascada del olvido allí en esa llanura inmensa<br />

llamada Nattahí, besada por mil bocas de frescos manantiales. Nattahí junto al río de San Miguel<br />

para derrotar a la sequía…Y secos iban adentro de él los pensamientos, tras haberle negado la<br />

ilusión de ser un día ministro de una Iglesia que él imaginaba bondadosa, incluyente, sin culpa,<br />

inmaculada como la Mater Admirábilis de los retablos de su vida, la madona que en 1571 los esposos<br />

Martín Ortega y Magdalena de la Cruz hicieron traer de España en cala de velero o sollado de<br />

alfombra berberí, acompañada de locos que tocaban tambores y atabales al estilo de Andújar,<br />

madre de azul vestida como el aire en el cielo, como el cielo en el mar, como el mar que se hace<br />

nube y vuela convertido en mil pájaros de lluvia. Pero no, que después de tres años se prendieron<br />

las sañas a su inviolada carne y a tan negro fulgor brotaron las preguntas sin respuestas: que si<br />

sería hijo natural, que si en sus predecesores no habría habido alguien que hubiese sido esclavo o<br />

que si en su sangre no habría navegado alguna burbuja de judío, ni si en sus abuelos o sus padres<br />

habría habido alguien que fuere hijo de padre desconocido y madre popular, pues el aspirante a tal<br />

estado no debía provenir de lobos o coyotes, bozales o gente renegada a la manera de los que se<br />

sirven a placer de los porrones del apóstata, ni mucho menos haber sido engendrado en noche vil<br />

con aleteo de búhos. Todo esto más la sospecha de no ser heredero de suficiente hacienda y<br />

solamente parecer persona de buen trato, en cuanto a la moneda se refiere. Él iba caminando,<br />

sereno, aunque turbado como quien lleva encima algún furúnculo de los que no se curan ni con los<br />

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