2010_CEOCB_monografia Celaya.pdf - Inicio
2010_CEOCB_monografia Celaya.pdf - Inicio
2010_CEOCB_monografia Celaya.pdf - Inicio
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />
186<br />
quería suicidar. Y que su madre, María Victoria Campa Lorenzo, llamó a la policía para que impidieran<br />
que aquél atentara contra su propia vida. Al parecer, Juan José Esquivel Hernández, conocido<br />
en el vulgo como Juan José El Nalgón, fue quien planeó todo; aunque quién sabe, en esas condiciones<br />
ese primer paso lo dan al mismo tiempo quienes son poseídos por la desolación del mismo<br />
mal. Gustavo Campa Hernández, el Tete, fue la persona que quería matarse, atormentado seguramente<br />
por lo que la depravada bestia del instinto había hecho allí en los campos deportivos, a la<br />
salida a Cortazar, hasta donde, supuestamente, condujeron a bordo de sus bicicletas a los dos<br />
menores. El recuerdo voraz de la niña herida, mancillada, indefensa, inerme, lo llamaba, lo urgía a<br />
cegar para siempre una existencia que así lo atormentaba: víbora venenosa metiéndose a sus<br />
articulaciones, hincándole sus dos colmillos en los nervios, ya pasado el instante: ese furor que los<br />
volvió dementes. Oía la voz lastimada del chiquillo, suplicando, rogando, insistiendo en salir,<br />
correr, zafarse con aquella enorme herida en la cabeza… Luis Enrique, el amado hijo del policía<br />
Enrique Corona y Elvira Betancourt, el más chico de cuatro, hermano de Viviana, Érika y Esteban,<br />
el mayor. El amable, el dulce niño que se iba a la escuela con su cachucha roja y soñaba, algún día,<br />
ser doctor, pero antes estrella de las grandes ligas. Fue lo que lo hizo desistir de continuar viviendo,<br />
de fingir, de aparentar moverse adentro de un infierno de inmoralidad y de basura.<br />
Al principio hubo una manifestación contra el alcalde. Habló fuerte el obispo Lázaro.<br />
Después se arrepintió al enterarse de cómo aquella caminata de protesta se convirtió en un mitin<br />
en el que los intereses de quienes sólo buscan el poder político, ondearon sus banderas, exigieron<br />
justicia, asolearon discursos ya usados en otras ocasiones similares. Hombres que no conocen la<br />
bondad, pues sólo anhelan destaparse como los “verdaderos” redentores. El dolor, el cariño, la<br />
sinceridad no suelen acampar en esos pechos. Las ambiciones son la careta de su género, la más<br />
oscura vanidad los embarnece de algo muy parecido a la persona, pero son los voceros de una<br />
legión que anhela repartirse el pueblo, invocando al obispo, a Dios, al cardenal, al papa y a sí<br />
mismos. El alma los abomina. La inteligencia se sonroja al verlos venir y escucharlos... Un hombre:<br />
Gerardo Hernández Gutiérrez, allí estuvo, escuchándolos, mirándolos, sintiéndolos gritar, decir<br />
que él y solamente él, por ser el presidente, era quien tenía que responder por tan “sentidas” muertes.<br />
De la calle Azucena de la colonia El Paraíso salió aquella llamada. De allí partió la angustia de<br />
quien creía que iba morir el hijo delincuente, tal vez ya muerto por el demonio que lo llevó a matar,<br />
a ultrajar, a enfurecerse, a crecer entre las raíces de esas especias levantadas en bosques de frondosa<br />
actitud donde la noche es rama, hojas y fruto amargo. El maestro Daniel Federico Chowell dio<br />
la noticia. Todo México entendió que a los enajenados ya los habían cogido. Que estaban en la<br />
cárcel, acaso sorprendidos, probablemente con el trauma que se conoce al estar consciente de<br />
haber hecho algo indebido. Luis Enrique, el sonriente… Georgina, la de los dientecillos ralos...<br />
Cada uno perteneciente a una estirpe diferente de ángeles.<br />
“¿Por qué se la tuvo que llevar el Señor de esta manera? –preguntó la madre-. No lo<br />
comprendo, pero supongo que está bien; ¡se la regalo! Todo es de él…. Está bien que se lleve a los buenos<br />
para que le pidan por los malos. Geo no se merecía esta suerte… Siempre la recogíamos, iba al catecismo,<br />
a la escuela. Nunca la dejábamos ir sola. Fue la primera vez”. Narraron ambos cónyuges.