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Floreció el Vergel... Sarita Montoya<br />
Comenzaba a conformarse y a afianzarse una época nueva en la historia y en la cultura de <strong>Celaya</strong>.<br />
Por el bulevar Adolfo López Mateos corrían muy pocos autos, la ciudad era tranquila, no había<br />
diócesis y las campanas aún se escuchan nítidas hasta las faldas de los cerros: el de Jáuregui, el de<br />
Tamayo y la Gavia, que son los puntos alimentadores del acuífero de la Tierra Llana. En esos años<br />
Sarita publicó su libro Yo soy esa alondra, el cual de inmediato atrajo la atención de quienes entonces<br />
leían poesía. Quizá la sorpresa se dio en el estilo en que lo concibió la escritora, con la inocencia y<br />
la bondad de quienes nacieron, crecieron, viven y aman como nadie al campo. Versos increíblemente<br />
sencillos, mas no ajenos a una habilidad métrica, traída de sólo Dios sabe qué rama o raíz<br />
del árbol genealógico. Composiciones plenas de candidez y de calor humano, frescas líneas como<br />
un prado de flores regadas por el caudaloso río de la inocencia. Trasuntos de felicidad y de compasión<br />
por los seres débiles, por los abandonados y los pobres.<br />
SUCEDIÓ EN TAMAYO<br />
Guadalupe Montoya se hizo rico, compró ranchos, casas, maquinaria. Todo por su<br />
inmenso amor al trabajo. No obstante, jamás se sentó a sombrear mientras sus peones laboraban.<br />
Con la imaginación que Dios le dio y el don de saberla relatar, Sarita conserva en su memoria la<br />
siguiente anécdota: Un día, y sólo por darle una lección a un trabajador que era medio flojo, le dijo<br />
a aquél:<br />
-Oye, Jimeno, veo que te pasas la vida debajo del sabino, mirándote en un espejo. ¿Qué no te<br />
duelen tus tres hijos? Te voy a pagar diez pesos para que esta misma noche vayas al cerro Pelón y<br />
allí, junto al Peñero, le grites a mi suerte.<br />
-¿A su suerte? –se sorprendió.<br />
-Sí, hombre –continuó don Guadalupe-. Te vas antes de la media noche. Le gritas y le dices que digo<br />
yo que hasta cuándo va a dejar de darme dinero, que ya he juntado más de seiscientas onzas de<br />
oro…<br />
-Pero patrón… –se quejó Jimeno-. Subir hasta allá no es fácil, y por diez pesos…<br />
-Bueno, pues si te animas, ya no te voy a dar diez, ahora van a ser cinco.<br />
-¿Cinco?... Entonces mande a otro –murmuró el hombre, regresando a su sueño debajo del sabino.<br />
Sin embargo, dos días después Jimeno regresó a la hacienda para comentarle a don Guadalupe que<br />
estaba de acuerdo en subir al monte y hacer lo que le había pedido.<br />
-De acuerdo, irás esta noche, sólo que en lugar de cinco pesos te voy a pagar nada más dos.<br />
-¿Dos? –se sorprendió Jimeno.<br />
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