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DE CÓMO A JUAN RULFO, AUTOR DE LOS LIBROS<br />
PEDRO PÁRAMO Y EL LLANO EN LLAMAS,<br />
NO LO DEJARON ENTRAR A CELAYA<br />
Corrían los tiempos en que, en todos los órdenes de la vida nacional, el presidente de<br />
la república era, después de Dios, el más temido. Rafael Ramírez Heredia y yo habíamos convencido<br />
a Juan Rulfo de que aceptara que un Premio Nacional de Novela llevara su nombre, y él, por la<br />
sencilla amistad que nos unía, aceptó. Nació así el Premio Nacional “Juan Rulfo” para Primera<br />
Novela, con sede en la Casa de la Cultura de <strong>Celaya</strong>, de la cual, en ese tiempo era director don José<br />
Luis Torres Lemus, músico y maestro muy reconocido. Se lanzó la convocatoria, los jóvenes creadores<br />
no cabían de gusto, se buscó el jurado calificador, se organizó la ceremonia de la entrega, lo cual<br />
ocurriría durante las Fiestas de Navidad y Nochebuena. Pero cuando ya estaba todo listo, Mauricio<br />
Clark Ovadía, alcalde <strong>Celaya</strong>, llamó a mi casa, de parte del gobernador de Guanajuato, para pedirme<br />
que le dijera al hombre que el señor presidente de la república no vería muy bien que él viniera<br />
a Guanajuato. El gobernador se llamaba Enrique Velasco Ibarra y el presidente era José López<br />
Portillo. Y es que Juan Rulfo había hecho unas declaraciones acerca del ejército, las cuales enfurecieron<br />
sobremanera al mandatario, quien lanzó una ola de ataques en contra del inmortal autor de<br />
Pedro Páramo. Quizá el exceso de veneración al Presidente por parte de los gobernantes o la falta<br />
de libertad del expresión que había en el régimen, hacían que nadie se sintiera seguro en su puesto<br />
con la visita de Juan Rulfo, por eso prohibieron que entrara al municipio de <strong>Celaya</strong> quien se había<br />
expresado -según el gobierno federal- mal e irónicamente de los altos mandos del ejército, sujetos<br />
a los caprichos y veleidades del Supremo… Eran esos tiempos. Tiempos en que el Jefe del Ejecutivo<br />
encarnaba, en la práctica, todos los poderes fácticos de México y ciegamente se le obedecía.<br />
Porque al Señor Presidente se le veía como al Padre de la Patria, es decir, nada más una rayita abajo<br />
de la inmortalidad que porta este concepto: césar y demiurgo, dios y profeta, emperador e impertérrito.<br />
Basta recordar el recorrido que cada primero de septiembre el hombre realizaba de la<br />
Cámara de Diputados a Palacio, donde, tras su aburridísimo informe de gobierno, era venerado<br />
entre músicas, cantos, risas, aplausos, flores, guirnaldas, bocadillos, vinos, felicitaciones y luces<br />
que hacían más ostentosa aquella ceremonia llamada el “besamanos”. Por esto se suspendió el acto<br />
literario en el que el yo participaba únicamente como mediador de buena voluntad ante los funcionarios<br />
de la cultura pública. Al último, nadie vino, ni Rulfo, ni el jurado calificador, ni el alcalde, ni<br />
el director de Bella Artes. El poeta Víctor Sandoval era entonces director del INBA. De México<br />
mandaron a Saúl Juárez a entregar el cheque del premio y ni siquiera la autora ganadora Livia<br />
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