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VIDA, ESPLENDOR Y MUERTE<br />
DE VALENTÍN MANCERA<br />
Desde su primera gestión presidencial (1876-1880), el principal cuidado del general<br />
Porfirio Díaz fue consolidarse en el poder. En el orden político, procuró dominar al Legislativo, que<br />
hasta los tiempos de Juárez había sido poderoso opositor del Ejecutivo. Para ello, manejó las<br />
elecciones de senadores y diputados de manera que sólo tuviesen acceso a las Cámaras quienes le<br />
fueran incondicionales hasta la ignominia, como se decía entonces. Se recurrió al fraude electoral<br />
por vía de la violencia, la imposición de urnas, la votación multitudinaria de las mismas personas<br />
y hasta la increíble sufragación de los muertos, fuesen niños o adultos, siempre a favor de los<br />
intereses y la política de un gobernante enceguecido por la soberbia y la ambición. Como resultado<br />
de todo esto, el Congreso decayó completamente para convertirse en un apéndice de Díaz, bajo un<br />
clima de aparente legalidad y democracia, que una gran parte del mundo reconocía. La misma<br />
política fue ejercida en los estados: se impusieron gobernadores adictos a él, de manera que la<br />
federación desapareció de hecho y se estableció un centralismo presidencial absoluto, con el Poder<br />
Judicial también sometido a las mismas circunstancias. Entonces sí, con la tolerancia y bendición<br />
de una Iglesia más humana que divina, decidió someter a sangre y fuego cualquier síntoma de<br />
rebelión popular. El presidente mandaba, el ejército obedecía. De esta manera, en 1879, el gobernador<br />
de Veracruz recibió el comunicado presidencial de que reprimiera, a como diera lugar, una<br />
rebelión que por aquellas tierras se gestaba: “Mátalos en caliente, después averiguas”, era la orden<br />
girada por Porfirio Díaz. Y así lo cumplió el mandatario local, quien, sin formación de causa, ejecutó<br />
a nueve hombres, el 25 de junio de aquel año. Y así se hizo famosa, extendiéndose por todo el<br />
territorio nacional, la perversa e increíble máxima, la cual solían repetir sus diputados a lo largo y<br />
ancho de México, sólo que, a su modo: “Mátalos en caliente, dispués viriguas…”. De ellos no hace falta<br />
decir nada, el propio pueblo los ha descrito magníficamente en letrillas satíricas, improvisaciones<br />
de café y sonetos, como aquél, genial, que el poeta poblano Manuel M. Flores (1840-1885) alguna<br />
vez les dedicó:<br />
UN DIPUTADO PORFIRISTA<br />
¿No es mejor que tejer sillas de tul<br />
y que acabar en condición tan vil<br />
codearse con la gente señoril<br />
y pasarse la vida de gandul?<br />
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