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2010_CEOCB_monografia Celaya.pdf - Inicio

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El Arte de llamarse Octavio Ocampo<br />

cio que hasta cierto punto es antipictórico en este caso. A partir de ello, podemos considerar la<br />

pintura de este maestro como una verdadera aportación al arte de nuestros días.<br />

Hasta no ver, no creer, se podría decir ante la descripción en palabras de cualquiera de<br />

las obras de este maestro de la ilusión, quien por eso ha logrado la admiración de célebres coleccionistas,<br />

tanto mexicanos como estadounidenses, entre ellos varios ex mandatarios. Sus creaciones<br />

artísticas de caballete y sus diversos murales son prodigios de ingenio, desplegados de creatividad.<br />

Son para verse y gozarse, más que para describirse o conceptualizarse demasiado. El trabajo de<br />

Ocampo es autónomo, pero muchas veces se deja sentir el hecho de que sus formas están ligadas<br />

a trabajos artísticos del pasado. ¿Sus raíces? El Bosco, Brueghel, Arcimboldo, Dalí, Escher, Magritte,<br />

etc.; aunque sus piezas no tienen parangones directos, ya que nadie puede igualar el fruto de<br />

una imaginación en particular. "La Silla de la Gioconda" y "Resurrección" son dos de las obras más<br />

relacionadas con la historia del arte. La primera alude poéticamente a lo que el personaje más<br />

famoso del Louvre, la Mona Lisa ha dejado en la silla tras haberla ocupado largo tiempo; la segunda<br />

obra responde más al ímpetu interpretativo de la historia del Via Crucis”.<br />

VIAJE POR LOS LABERINTOS DE OCTAVIO OCAMPO<br />

Octavio es un ser con los colores llenos de alas. Lleva el rumor del mar en cada paso y<br />

la amplitud del viento en cada camino de olas que se desprende de sus pasos. Vino al planeta navegando<br />

por el torrente de una madre que lo inventó cantando y numerándole la transparencia en<br />

multitud de símbolos e íconos, rastros de lo que fueron líneas rectas, pedacería de panoramas entre<br />

horizontes húmedos, como el amor y el habla de la tormenta a la hora en que se nubla el verbo. Ha<br />

visto la vegetación de las ciudades del Oriente, antes de ir a comer entre los elefantes y sus trompetas<br />

que anuncian la cantidad de peso que puede guardar la forma de sus arrugas cuaternarias entre<br />

las flores y las víboras.<br />

Vuela con el lenguaje imaginario de sus sílabas sin ver el tronco anciano o la reciente<br />

rama donde ha de hacer el nido para poner el ovalado aspecto de lo que ha de nacer ya trasformado<br />

en lágrima y especie galopante con un sabor a sal en la pupila donde se ve crecer pasto que ríe,<br />

hojas con labios rojos y alma para que el Hijo de la Virgen juegue con las mariposas y la luz que<br />

en cada pómulo tiene una casa abierta. Ha escuchado el relámpago, cuando éste abre las cajas de<br />

madera donde se guarda el tiempo. Y ya se vio en la necesidad de abrir un astro para mirar su<br />

huevo y escuchar el latido vidrioso de algo que, de no ser corazón, sería la mente cósmica retratada<br />

en una de tantas definiciones estelares. Conoce a los arrieros de la lluvia que portan la frescura<br />

para trasladarla al otro lado de un espejo roto. Y todos los caballos sin cabello, sobre los que<br />

recorren la ansiedad los ángeles. Sabe de los crepúsculos, que son dos: el de la paloma y el del<br />

cuervo; uno, la compañía; otro, la soledad con su legión de imágenes. Se ha bañado en los fondos<br />

de los océanos donde se sienta el nombre de Dios con las vocales desgarradas y la memoria triste,<br />

con sonrisa de huérfano. Ha llenado su vaso con la claridad de las estrellas, para que el entusiasmo<br />

no se le vaya a perder en los recovecos del espíritu, donde los sentimientos crean una canción,<br />

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