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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />
84<br />
Pues vamos a atrapar una curul,<br />
seré ministerial, seré servil,<br />
con tal que ponga mano en los “tres mil”,<br />
¡que me pongan a mí de oro y azul!<br />
Esto dijo el pillastre de Manuel.<br />
Se pronuncia, resulta general,<br />
ayuda a Tuxtepec, triunfa con él,<br />
y aquí me tiene usted a este animal<br />
aún oliendo a cantina y a burdel,<br />
diputado al Congreso Nacional.<br />
GUANAJUATO<br />
Durante este primer período presidencial, en Guanajuato apareció uno de los personajes<br />
más queridos y recordados de que se tenga memoria en el pueblo y la región de <strong>Celaya</strong>: Valentín<br />
Mancera, cuya tumba, en forma de obelisco, se encuentra todavía en el panteón viejo de la ciudad,<br />
sin ninguna lápida especial que lo recuerde, pues sólo la tradición oral es la que nos cuenta que allí<br />
yacen los restos del legendario pionero opositor al régimen de la dictadura. Y uno tiene que<br />
recurrir al libro de los recuerdos para saber que efectivamente bajo aquel obelisco hermoso se<br />
encuentra el polvo y el nombre de aguerrido combatiente, con un tenue letrero manuscrito con<br />
ladrillo en una de las caras de tan singular sepultura, pues el pueblo, a partir de 1916, al término de<br />
la Revolución que hizo pedazos toda forma de contumacia dictatorial, quiso que las generaciones<br />
venideras también lo recordaran en esta simple frase:<br />
Valentín Mancera, 1840-1882.<br />
Y quién sabe de dónde (quizá de la misma eternidad), como cascada de luces y de<br />
sombras, brotan las notas de una canción que dice:<br />
LA HISTORIA<br />
Era este caudillo originario de San Juan de la Vega, comunidad ribereña del río Laja,<br />
ubicada a sólo diez kilómetros, hacia el noroeste de la cabecera municipal. Peón, como tantos, al<br />
servicio de crueles y despóticos amos, en su mayoría ibéricos, cuyo desmedido poder, alimentado<br />
por la política represora de Porfirio Díaz Mori, abarcaba la vida y la muerte de todos los pobres<br />
nacidos y criados en las tierras de sus dominios. Los padres de familia, tras cumplir jornadas de<br />
hasta catorce horas de labores esclavizantes, regresaban a la humildad de sus hogares con los<br />
labios resecos y el sabor de la tristeza pudriéndoles el alma. Las esposas los esperaban, escuchando<br />
llorar a los numerosos hijos, de hambre o de dolor, por causa de la extrema miseria en que