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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />
140<br />
-Yo también iba como reportera -murmura rodeada de diplomas, en los que se dice que ha sido<br />
presidenta de muchos clubes y círculos sociales; peñas literarias y asociaciones filantrópicas-. Un<br />
periódico local me hizo el favor de proporcionarme la credencial. A veces se ofrece, ustedes saben.<br />
Por eso entiendo bien su trabajo. ¡Sé por las que tienen qué pasar para las entrevistas!... -exclama.<br />
Percheros, paisajes con castillos, espejos biselados, imágenes de bronce, esculturas de plata, macetas<br />
y muchas fotografías con gente del gobierno y de la fama, cuelgan en todos los muros color de<br />
rosa de su casa. Es un mundo lleno de sí mismo, desparramándose en continentes de talco, barniz,<br />
rímel y espumas olorosas.<br />
-¿El momento más feliz de mi vida? -suspira tras la pregunta de uno de los hombres-. Fue cuando<br />
hice mi primera comunión. Ese día estrené un vestido blanco con holanes y alforzas en forma de<br />
clavel. ¿Mi color favorito? -titubea- Bueno…, es el color de rosa. También el azul. Pero más el blanco<br />
porque representa la pureza. Para la inspiración prefiero el crepúsculo, por ser la hora de dar<br />
gracias... ¿Que qué haría si supiera que dentro de media hora me voy a morir?... ¡Sencillo! Irme al<br />
curato y pedir que me dijeran mi última misa, pero que estuviera llena de cantos, como ese que<br />
dice: "Toda hermosa eres, María", y después abrazarme al Evangelio, para así morir.<br />
Puse una rosa en tu camino, El canto de los trigales, Bouquet de nardos, Yo soy esa alondra, El<br />
cuento del gorrión, son sólo algunos de los títulos que componen la Suma Poética de los libros de este<br />
personaje.<br />
La tarde cayó a los corredores antes de que los periodistas encontraran la palabra final.<br />
La última. La decisiva. Hicieron un esfuerzo enorme por descubrirla en aquel laberinto de personajes<br />
hagiográficos. Infructuosamente trataron de adivinarla en las enredaderas y en las lámparas. La<br />
buscaron en las repisas y en los tréboles; en los taburetes de berilo y en las peinetas de marfil,<br />
traídas, ellos pensaron que del África, aunque en realidad eran españolas, de alguna tienda de<br />
Ávila. En los tapices de unicornios rendidos ante el seno desnudo de una doncella medieval. En las<br />
mascadas carmesíes que en su juventud usara la anfitriona. En los vinos que les supieron a Francia,<br />
en los caramelos que, al saborearlos, dejaban en la boca un lejano sabor de mieles orientales y en<br />
tantos libros de novenas, triduos, trisagios y alabanzas, hojeados por la fuerza de los vientos. La<br />
buscaron, sin percibirla, en las cuatro fuentes de fruta picada que durante la entrevista consumieron.<br />
En los cortinajes de seda y en los pájaros que observaban al tordo, imaginándolo, posiblemente<br />
herido por el amor de la paloma. Los tres se revolvieron, buscándola, en un mundo de estatuas<br />
de perfil y sonrientes imágenes puestas en marcos de oro, colgadas de las paredes o simplemente<br />
descansando sobre alguna mesa de laca, pero no la hallaron ni en los cubiertos con los escudos<br />
vaticanos, ni en las servilletas con frases de la Biblia, en las que se exhortaba a no dejarse llevar por<br />
el pecado de la gula. No la encontraron ni en las pinturas ni en los platos de buena porcelana.<br />
Tampoco en el compás del clavicémbalo que una niña tocó debajo de una acacia. Ni en los floreros<br />
de rosas amarillas que había en el comedor. Ni entre los muebles desvencijados, hechos montón en<br />
una bodega tenebrosa. No la encontraron en el reflejo oscuro de la evocación ni frente a un grupo<br />
de bellos mártires con busto y caderas tornasoles de mujer; ni en los licores de canela que antes de